Me pasé años escribiendo en contra del PRI y sus políticos corruptos, fraudulentos, mentirosos. Luego hice lo mismo con el PAN, por sus tonterías e inexperiencia que nos hicieron mucho daño. Voté por el PRD a favor de Cuauhtémoc Cárdenas porque en ese momento dicho partido aparecía como una opción democrática, pero hoy veo a sus dirigentes y a su único gobernador y me pregunto cómo alguna vez pude pensar así.

Sin embargo, al mismo tiempo, me indigna que desde el gobierno se les eche la culpa de todo lo que no pueden resolver y se les ataque utilizando artilugios legaloides. Porque eso no tiene sentido, primero, porque los poderosos de hoy se comportan idéntico que los de ayer, y segundo, porque ninguno de esos partidos ni personas significa ya nada en la vida nacional, están más que acabados, y lo único que se consigue con esa actitud es enrarecer el ambiente.

Hubo tiempos en que me pareció útil que el partido del Presidente tuviera mayoría en el Congreso, para evitar el estancamiento de leyes y propuestas, pero hoy, cuando veo lo que hace la mayoría, me gustaría que fuéramos como Holanda, donde no domina ningún partido y los legisladores tienen que negociar y lograr acuerdos.

Siempre pensé que las mujeres debían ocupar cargos políticos, convencida de que ellas mejorarían el gobierno, pero ahora que veo a las que los consiguen, me percato de que eso no significa ninguna mejoría ni para el país ni para las mujeres, porque con contadas excepciones, ellas solo trabajan para sí mismas y para sus amigos.

Siempre pensé que una persona con estudios sería excelente gobernante, porque sabría acudir a los expertos para tomar decisiones, además de aceptar la crítica y reconocer sus errores. Hoy que el poder está en manos de personas que presumen grados universitarios, me percato de que eso no hace ninguna diferencia cuando se está dispuesto a cualquier cosa (incluso a mentir o a callar) con tal de agradar al jefe.

Durante años critiqué el compadrazgo, el nepotismo y la opacidad en las cuentas. Pero hoy veo que seguimos habitando en el reino del hijo y el amigo, así como en el de la opacidad envuelta en el pretexto de la seguridad nacional.

Años tuve fe en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como punta de lanza para reparar el sistema de justicia de nuestro país, pero hoy veo que no lo ha conseguido y además va en camino de convertirse en un títere más del Ejecutivo.

También tuve fe en la izquierda como la mejor opción para gobernarnos, porque le importaban las causas progresistas y la cultura, pero hoy que el poder está en manos de un grupo que presenta a sí mismo como de izquierda, me percato de que no le importa nada de eso y hasta están siendo peores que los anteriores.

Pensé que la política, en buenas manos, sería digna, pero hoy veo que es puro insulto y descalificación y que eso va parejo contra cualquiera que no agache servilmente la cabeza frente al jefe máximo.

Y estuve convencida de que los principios son importantes, pero hoy resulta que nadie los tiene y si los tiene, los desecha con facilidad, sin siquiera avergonzarse por ello.

Lo terrible es que, como advirtió AMLO, esto todavía se va a poner peor. Tal vez por eso el lector Emilio López me escribe: “Mi edad me permite creer que en 2024 el Señor me habrá llamado a su presencia, para no padecer un gobierno bajo el mando de los mismos que lo tienen hoy”.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
 

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