La semana pasada hablé en este espacio de cómo nos quieren convencer desde el poder, de que la austeridad es lo mejor para las personas y expliqué por qué eso no es cierto.
Pues lo mismo sucede con la austeridad que el poder supuestamente ha impuesto para el país. Los economistas más importantes del mundo como el Nobel Angus Deaton o la ONG Oxfam, la condenan rotundamente: “Con la austeridad se reducen los ingresos, se recortan los beneficios y se destruyen empleos”. Paul Krugman dice que hay que “renunciar a la destructiva austeridad” y Joseph Stiglitz afirma que "La austeridad es peligrosa y casi nunca ha funcionado".
Sin embargo, en México la austeridad no existe más que en el discurso, porque el dinero se derrocha a manos llenas, aunque solo para lo que le interesa al Presidente, mientras que a todo lo demás se le hacen tales recortes, que impiden funcionar a las instituciones, universidades, escuelas, tribunales, hospitales, gobiernos municipales. No se le da mantenimiento a nada: ni aeropuertos ni escuelas ni banquetas, no se compran aparatos médicos ni vehículos, el apoyo a la ciencia y la cultura han dejado de existir.
La paradoja de esto es que, frente al discurso a favor de la austeridad, donde menos hay austeridad es en las palabras. Todos en el gobierno hablan mucho y hablan todo el tiempo. Derrochan palabras el Presidente de la República y el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, la Jefa de Gobierno de la CDMX y la gobernadora de Campeche, el secretario de gobernación y el subsecretario de Salud, el dirigente del partido oficial y el comunicador personal de AMLO.
Por ejemplo, sobre el informe de una empresa extranjera que Sheinbaum contrató para investigar el accidente de la línea 12 del metro, dijo que era deficiente, tendencioso, falso; sobre el monumento que construyó el PAN para las víctimas de ese accidente dijo que era ruin, poco ético, inmoral. El encargado de los libros de texto de la SEP dice que la educación escolarizada es neoliberal, patriarcal, clasista, meritocrática, punitiva, eurocéntrica, colonial, conductista, racista, elitista, mientras que la que él propone es humanista, libertaria, no clasista, no racista. En una conferencia se habló de la academia como androcéntrica, generizada, miope, patriarcal, individualista, competitiva. Los intelectuales orgánicos de la 4T viven lanzando adjetivos contra todo y todos, no han dejado un solo calificativo del diccionario sin utilizar.
Nuestros poderosos se comportan como adolescentes: Te reto a que demuestres lo que dices. No, yo te reto a ti a que demuestres que es falso. Te exijo que presentes pruebas. No, yo te exijo a ti que presentes pruebas. Ellos mienten, nosotros decimos la verdad. No, ustedes mienten, yo soy la verdad. A mí me quiere el pueblo. A mí me quieren los pensantes. Eres un conservador. Y tú un nostálgico del poder.
Entre adjetivos y bravuconadas, mentidos y desmentidos, descalificaciones, acusaciones y amenazas, lecciones de moralina y discursos morales, se mueven las palabras del poder. Y los demás escuchamos y ponemos nuestra parte en las redes y los medios, con la familia y los amigos, en el trabajo y la calle. El resultado es que el ruido se ha vuelto insoportable.
Así que bien haríamos en aceptar la propuesta de austeridad, pero en las palabras. Porque mucho bien nos haría a todos un poco de silencio. Sí, de silencio.