Lo sabemos: entre más moral predican, menos moral tienen. No lo digo yo, lo dicen quienes han estudiado el asunto: los que más protestan contra la pornografia, son los que más compran revistas y películas pornográficas; los que más insisten en que se castigue a las prostitutas, son los que más usan sus servicios; los que más hablan sobre justicia, transparencia y honestidad, menos las ejercen. Y es que quienes tienen todo eso no necesitan andarlo predicando, simplemente así son y así viven.

Esto viene a cuento por las recientes revelaciones sobre la condonación de impuestos, en las que se hizo evidente que quienes nos deberían dar el ejemplo, son los que resultan menos ejemplares.

Allí está la presidenta del partido en el poder, ese que tanto se adorna diciendo que hay que quitar privilegios y tráfico de influencias y que todos somos iguales ante la ley. Pero a la señora le condonaron más de dieciséis millones de pesos, de los que “no se acuerda” como dijo.

Y allí está Diego Fernández de Cevallos. Nadie discursea con mayor enjundia en favor de lo correcto, lo legal, lo justo y lo moral. Como diría Benedict Carey: “Se califica a sí mismo como moralmente superior a los demás, sobreestima la probabilidad de actuar de forma virtuosa, considera que sus propias buenas intenciones son loables.”

Pero mírenlo ahora: veintiséis años no pagó el impuesto predial. ¡Veintiséis años! durante los cuales ha tenido cargos de representación y ha aspirado incluso a la presidencia de la República, mientras sabía que no pagaba el impuesto sobre su propiedad, ese que todos tenemos obligación de cubrir.

Según un notario que entrevisté sobre el tema, millones de mexicanos no pagan el impuesto predial. Algunos, porque las propiedades que tienen no están a sus nombres, pues por increíble que parezca, no hacen sus escrituras. La razón que argumentan es lo que cuesta, pero también porque tienen deudas y no quieren que ellas se puedan cobrar con sus casas o terrenos o autos.

Pero la principal razón es porque saben que no va a pasar nada y más bien al contrario, hasta les conviene, pues se irán acumulando los intereses y luego, sí y solo sí los cachan, entonces ofrecerán negociar. En esas negociaciones, según explica David Páramo, el SAT, con tal de recuperar algo, acepta pagos de 20% del total del adeudo y condona el 80%. ¡Es el mejor de los negocios! De los millones que debe Fernández de Ceballos (aunque él dice que no es cierto y que no los debe), va a pagar la quinta parte y eso ya veremos, pues tal vez todavía negocie o litigue (eso le encanta, es su mero mole), para pagar menos o incluso nada.

Así las cosas entre nosotros. Las personas se cuelgan de la luz o se amparan para no pagarla, como el medio millón de tabasqueños que no ha cubierto desde 1995 su consumo y a los que encima el Presidente les condonó la deuda, y aún así, insisten en que no la van a pagar en el futuro, dando un ejemplo que ya se está replicando en otros dos lugares (hasta ahora). Tampoco pagan el agua, no quieren pagar sus créditos (prefieren hacer colas infinitas para explicar o pedir o renegociar), no pagan la renta (ponen excusas y piden plazos), no pagan sus cuotas de mantenimiento en los condominios en los que viven, no pagan las colegiaturas de sus hijos en las escuelas y además se enojan cuando ya no se los quieren recibir.

Y esto no tiene que ver con falta de recursos, porque lo hacen por igual los ricos que los pobres. Tiene que ver con que “pagar no uta”. Así de sencillo. En nuestra cultura pagar no gusta. Que paguen los otros, que sean los demás los que hacen lo correcto, lo legal, lo justo, lo moral como dice Fernández de Cevallos en sus peroratas y como quiere la dirigente de un partido que, según nos habían dicho, sería diferente porque haría lo correcto, lo legal, lo justo, lo moral.


Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx

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