Los tratados comerciales firmados por Estados Unidos (EU), como el TLC en 1994 y el TMEC en 2019 beneficiaron, principalmente, multinacionales. con sede en ese país, las cuales repartieron partes de sus procesos productivos por todo el mundo, en países con bajos salarios y regulaciones laxas en aspectos ambientales y laborales, o con acceso a materias primas baratas, para obtener ganancias extraordinarias al vender sus productos a sobreprecios, lo cual las hizo competitivas en el mercado mundial, pero no necesariamente más productivas.

Trump tiene razón al decir que a estas empresas no les importó afectar negativamente el empleo y los salarios tanto en EU como en los países que las recibieron, como México, donde hubo deterioro constante de los salarios, hasta perder casi el 70% de su capacidad de compra en el periodo de fines de los años setenta a mediados de la segunda década del siglo XXI, periodo en el cual la economía mexicana se abrió al exterior, primero con el ingreso al GATT en 1987y luego la firma del TLC en 1994.

Las ganadoras fueron las automotrices, las de tecnología y la agroindustria. Tuvieron acceso preferencial a nuevos mercados, sin pagar aranceles; con costos laborales bajos, certidumbre legal a la inversión extranjera y facilidad de trasladar sus ganancias a paraísos fiscales.

Algunos de los perdedores de este proceso de integración en México fueron las pequeñas y las medianas empresas, la agricultura tradicional, por lo que aumentó la migración a EU; la clase media, que vio descender su nivel de vida, mientras los multimillonarios vieron aumentar su riqueza. También se profundizó la desigualdad geográfica de México, con un Norte desarrollado y un Sur empobrecido.

El T-MEC, firmado en 2019, afinó las ventajas para las Multinacionales, sobre todo a las tecnológicas y las de comercio digital. Para las automotrices aumentó el contenido regional y definió algunas cuestiones laborales para reducir la desigualdad del trabajo entre México y EU por lo que determinó que los salarios en México debían mejorar.

Como ya mencionamos, el impacto de ambos acuerdos sobre el campo mexicano ha sido, en general, destructivo. Como ha documentado el investigador Alejandro Álvarez, en el caso del TLC aumentó la dependencia de las importaciones de maíz, trigo y arroz, y hasta casi 90% del consumo interno de oleaginosas depende del mercado estadounidense (Cómo el neoliberalismo enjauló a México, UNAM, 2018, p. 175). Con el TMEC la dependencia de productos agropecuarios se profundizó, principalmente en productos para la industria y para alimento animal. Por otra parte, el gobierno de EU subsidia millonariamente a sus granjeros, pero castiga a México si hace algo parecido. El resultado, los agricultores tradicionales no pueden competir y abandonan el campo.

Ahora Trump y las élites culpan a los países que aceptaron a sus corporaciones de haber provocado su desindustrialización cuando ellas fueron las verdaderamente beneficiadas, con los efectos que ello conlleva sobre el empleo, el nivel de los salarios y el empobrecimiento de los estadounidenses.

Trump tiene razón, esas corporaciones aprovecharon el marco legal proporcionado por los acuerdos comerciales para depredar por todo el mundo. En lo que no tiene razón, es que las problemáticas internas de Estados Unidos como el alto desempleo, la pobreza y el alto déficit fiscal, sea producto de los países en donde se instalaron partes del proceso productivo de sus transnacionales, y menos razón en querer usar la política arancelaria para corregir dichas problemáticas.

Profesora jubilada de la Facultad de Economía de la UNAM, e integrante del Centro de Análisis de Coyuntura Económica, Política y Social, CACEPS, caceps@gmail.com

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