Que resuenen las lenguas de Oaxaca, que paren los ataques y el acoso escolar a los niños que todavía las hablan. Que nadie sea menospreciado por ostentar el color de tu piel, que acabe el hambre del hambriento y el dolor de su madre. Que el viento sople a favor de un papalote bien grande que pueda devolvernos a cada desaparecido, a las víctimas del odio, de la apatía, del egoísmo. Que regrese a las aves que mueren cada día entre los aeorogeneradores de tu pueblo. Que vivan para siempre las mazorcas y las tortillas, los cuerpos de maíz nativo o criollo, liberados de bayer-monsanto o de syngenta. Que no haya más artistas invisibles, que veamos más ciegos en nuestras bibliotecas. Que no tengamos que vivir los campos desnutridos, violados, transgredidos. Que no haya que pintar las injusticias, echarlas a volar, gritarlas con colores.

Que sonrían al fin tus labios, texturas, tus jardines y el barro esté feliz porque ha parado la violencia, el poder abusivo de las transnacionales, el mal depredador de los caminos, el progreso insensible e imprudente. Que escuchemos el mar y acallemos la voz de la avaricia. Que volvamos la vista hacia la luna, a su caracol púrpura, al niño de la tierra, al chapulín, la bordadora, el señante ignorado, los jóvenes talentos, aquella bruja, sabio, hongo, la biznaga, el ocelote, el vibrar de los peces. Que podamos mirarnos en tus ojos, sin vergüenza, sin pena, culpa o llanto porque entregamos lo justo a cada uno, porque al menos luchamos cada día. Ese es el homenaje que mereces, artista juchiteco, humano universal, amigo nuestro.

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