El presidente Andrés Manuel López Obrador siguió rompiendo paradigmas en su informe de Gobierno, el primero según la ley, el tercero según la Presidencia . Primero porque el tono y el fraseo de su discurso rompió con la solemnidad histórica de los mensajes presidenciales, para dar paso a un lenguaje más simple y coloquial; segundo porque a diferencia de sus antecesores, no sólo anticipó su mensaje político a la entrega formal del informe al Congreso , sino que evitó la parafernalia de bloqueos de calles y avenidas en torno a Palacio Nacional con un discreto operativo de seguridad. Y tercero porque, dentro del mensaje dirigido a todos los mexicanos, López Obrador se dio tiempo de dos cosas que no hicieron otros presidentes: reconocer por su nombre a empresarios que lo han respaldado como Carlos Slim , y también dedicar unas líneas duras contra sus adversarios políticos a los que declaró "moralmente derrotados".

En lo que no cambió el primer-tercer informe fue en el enfoque poco autocrítico y más bien autocomplasciente con el que el presidente hizo el balance de sus primeros 9 meses de gobierno . Salvo en la inseguridad y violencia donde reconoció "que no son buenos resultados" y que es el mayor desafió que enfrenta, en el resto de los temas, el mandatario describió un país "con estado de derecho pleno", con "desarrollo, bienestar y mejor distribución del ingreso" y en el que "ya no hay tortura y el Estado dejó de ser el principal violador de los derechos humanos ".

Fue un recuento enorme de hora y media en el que AMLO mezcló proyectos, cancelaciones de obras, entrega de apoyos económicos y buenas intenciones que, en el discurso "optimista pero sin aflojar el paso" del presidente, se acreditó en su dicho que su Cuarta Transformación "es un cambio de régimen y no sólo de gobierno".

Los rostros y las presencias en el Patio de honor del Palacio Nacional variaban en sus reacciones a las palabras del presidente. No era igual, por ejemplo, la cara de incredulidad y seriedad del presidente de la CNDH , Luis Raúl Gonzalez Pérez , cuando se dijo que en México el Estado ya no viola los derechos humanos, protege a periodistas y defensores civiles y se respeta la autonomía de la Comisión, que la cara de felicidad que tenía la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum , o la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero , que apaludían a rabiar ambas cada remate del presidente. Tampoco reaccionaban igual los 10 gobernadores del PAN que llegaron juntos y se tomaron fotos, al escuchar la sentencia juarista dura de que "los conservadores están moralmente derrotados" y que "el triunfo de la reacción es imposible"; que la de los secretarios de Defensa y de Marina, que junto con sus generales y almirantes escuchaban complacidos y contentos los elogios presidenciales a los militares que "son pueblo uniformado y pueblo que cuida al pueblo" por su participación en las labores de seguridad pública y la creación de la Guardia Nacional .

Fue al final un informe distinto en muchas cosas pero también muy parecido en otras a la tradición poco autocrítica y más bien autocomplasciente de los gobernantes mexicanos. No podría decirse ya que fue "el día del presidente", pero sí puede afirmarse que el acto en Palacio Nacional fue un discurso más ideologico que político, en el que un solo hombre, el presidente López Obrador se atribuyó logros titánicos y no siempre verificables totalmente en la realidad y en la percecpión social, que en tan solo 9 meses ya hablan de un país diferente y renovado, de un pueblo "feliz, feliz, feliz", salvo los conservadores "que lloran su derrota".

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