Tengo un amigo que cambia de apariencia cada sábado. Se pone una peluca, se pinta la cara, se pone zapatos de tacón o plataforma, y se cambia de nombre.
La vemos llegar caminando por el caminito rojo del jardín y al pasar por la larga banca verde donde nosotras solemos estar sentadas, nos dice coquetamente:
—Hola señoras, gusto en conocerlas. Me llamo Rosa de las Cumbres (o el nuevo nombre que use ese sábado).
—Hola —le sonreímos. —¿Eres nueva acá? —le preguntamos.
Y nos cuenta de dónde viene y porque se cambió al condominio y otras cosas que nos hacen reir a todas.
Hace tres sábados llegó vestida de venezolana billonaria, el pelo negro azabache, la cara morena con ojos verdes y pestañas grandes, trajecito de falda y saco amarrillos, collar y brazalete de plata, zapatos rojos de aguja.
—Hola señoras, gusto en conocerlas —nos dijo y nos cerró un ojote verde.
—¿Eres nueva acá? —le preguntó una de nosotras.
Se puso feliz al ser aceptada en nuestro círculo de simpatía.
—Acabo de comprarme un departamentito en este condominio —respondió y sacudió coquetamente varias veces la cabeza.
Y ay: se le cayó la peluca de pelo platinado al caminito de cemento rojo.
Le vimos la cabeza calva a Paco, la que le solemos ver cuando vestido de magnate azucarero —pantalones blancos, saco marino— baja al jardín con su esposa Mirna a pasear bajo los cenizos.
Hubo un momento largo como un siglo. Nosotras viendo a Paco, Paco viéndonas.
El french poodle de mi vecina saltó de sus brazos ladrando y cogió con el hocico la peluca platinada y corrió medio jardín para llegar a un cenizo, a cuya sombra empezó a revolcarse con la peluca platinada, como si fuera su nueva perrita amiga.
Porque Bombita, así se llama la french poodle, es lesbiana. Pero eso es otra historia.
—Chao —nos dijo Paco meneando su manota y equilibrándose a cada paso en sus zapatos rojos de tacón de aguja.
—Mírales las suelas —murmuró mi otra vecina en mi oreja.
Verde limón.
—Gucci —murmuró mi vecina.
Bueno, pues resulta que hoy domingo en la mañana estábamos otra vez en la larga banca verde a orillas del caminito rojo, y la vimos llegar vestida de rosa.
Pantalón y camisa rosas, tenis rosas, cachucha beisbolera rosa, el pelo otra vez blanco platinado, pero con una extensión rosa, lentes de micas rosas cuadrados.
—Hola muchachas —nos saludó acercándose con pasito y ánimo deportivo.
—¿Eres nueva acá? —le preguntó Dulce.
Uy, se puso más feliz que nunca. La habíamos admitido otra vez a nuestro círculo de amor.
—Sí, me llamo Sociedad Civil y hoy voy al Zócalo. Hoy nos pronunciaremos a favor de la candidata del PRIAN. ¿Gustan venir?
Ahí se rompió el encanto.
—No me digas —dijo Dulce seca—, ¿tú eres la Sociedad Civil?
—¿Qué te pasa? —Elvira le agarró el brazo a Dulce.
—Es que la Sociedad Civil soy yo —dijo Dulce más embroncada.
—¿Qué te quita que ella también sea? —: Elvira.
Dulce miró hacia el cenizo, inhaló profundo, y por fin le dio su aceptación con una sonrisa forzada:
—Está bien, amiga —dijo. —Pásatela muy lindo en el Zócalo.
Puf: exhalamos por fin todas, y le sonreimos felices a la nueva Sociedad Civil.
Y la nueva Sociedad Civil vestida de rosa se fue a saltitos sobre sus tenis rosas y su cachucha beisbolera rosa, como un duende feliz.
¿Qué nueva identidad nos regalará el próximo sábado Paco, para alegrarnos la vida?
Como dijo Oscar Wilde: Acaso la obligación de tener solo una identidad es un impedimento para la alegría.
En todo caso quiero aclarar un punto importante de este relato, que es tomado de la vida real.
Los cenizos que mencioné, son esos árboles con hojas de un lado color verde y del otro gris cenizo, casi plateado. Cuando sopla el viento, a cada soplo parecen cambiar de identidad: son verdes, de inmediato cenizos.