Luego de 30 años de gobiernos neoliberales, en el año 2018 asciende al poder un gobierno de Izquierda –y para sorpresa de nadie, empieza a tomar acciones de Izquierda.
Cobra impuestos a los mayores contribuyentes y reparte ese dinero en ayudas sociales. Invierte en infraestructura (las mayores obras: el Tren Maya y el Trans-oceánico; la refinería de Dos Bocas). Disuelve la Reforma Educativa liberal. Llega a un nuevo pacto con el Poder Militar (lo transforma en su fuerza laboral para construir y su burocracia para administrar). Se salta al Poder Mediático Comercial, para informar a la gente en conferencias diarias del Presidente.
Es natural que los intelectuales neoliberales se incomoden: contra esas medidas estatistas es precisamente que se volvieron en el primer momento neoliberales.
Pero podría haber sido también natural que aceptaran que la gente había electo a la Izquierda por razones válidas. La central: en esos 30 años previos, la promesa del neoliberalismo de un enriquecimiento colectivo, no se había cumplido.
Más bien, la riqueza se había transferido a muy pocos: para 2018, 10% de la población detentaba igual riqueza que el 79%; y eso mientras los salarios habían permanecido esos 30 años congelados.
Pero la tal revisión no sucedió entre nuestros liberales. En su lugar, decidieron combatir cada medida y cada logro y aún cada gesto de la Izquierda.
Desde el Poder Mediático, cuyas pantallas y micrófonos acaparan, nos contaron a la población que las ayudas sociales eran dádivas humillantes; que había sucedido un Golpe de Estado; que el país estaba Militarizado; que ya éramos, o estábamos en camino de ser, una Dictadura venezolana; que no había Libertad de Expresión; que los comunicadores zurdos, en los exiguos medios del internet y la TV Pública donde tenemos espacio, éramos propagandistas a sueldo, fanáticos y sirvientes de un dictador; y que lo propio le pasaba a la gente-gente: estaba hechizada por la demagogia de un caudillo mendaz.
A la gente no le gustó la narrativa, porque la despreciaba y por algo mayor, porque la realidad en que vivía era distinta.
En la realidad, las ayudas sociales llegaban a 45 millones de personas muy contentas de gastarlas en cosas concretas y útiles. La mayoría de los oligarcas estaban de acuerdo en pagar impuestos y estaban duplicando sus fortunas. Los salarios aumentaron 30%. El salario mínimo se dobló. Se reglamentó el outsourcing. La gente del sureste vio llegar una nueva bonhomía a raíz de los nuevos trenes en construcción. Y la gente en general se sentía incluida en el relato de la Izquierda y aprobaba la mayoría de sus acciones.
¿Una utopía aterrizada?: no, nadie dijo ni dice hoy tal.
Los dos problemas endémicos del país persisten. La Corrupción y el Narco que controla un tercio del país.
Además, la Izquierda gobernante tuvo errores grandes. Abandonó la Salud Pública, la Educación Superior y la Cultura y las Artes; y desarmó agencias de importancia, entre ellas la Comisión de los Derechos Humanos.
De cualquier forma, los liberales no discernieron entre problemas endémicos, errores y rezagos: todo lo satanizaron de forma pareja. Todo está Mal y no hay nada Bueno: esa fue su única y machacona narrativa.
¿Sorprende que al final del sexenio, llegadas las campañas electorales, no tengan un proyecto que proponerle a la gente-gente?
Nada sino salvarnos de la terrible pesadilla de la Izquierda –una pesadilla que solo ven ellos –y un tercio de los electores.
Seré sincera, a mí sí me sorprende que ninguno de los intelectuales liberales –varios de ellos dueños de intelectos finísimos– haya podido escapar de su obsesión con el gobierno de Izquierda y haya puesto la vista en la gente-gente, para ofrecerle un proyecto neo-neoliberal: un neoliberalismo revisado y con mayor visión social.
Ahora nos falta testimoniar el peor rechazo a la realidad de los neoliberales. El 3 de junio dirán que la gente no votó como votó: que fue una elección que debe anularse.
Ojalá y me equivoque.