Hay dos cosas que están cambiando en nuestra cultura y son dignas de notarse.
La primera. La muy mexicana costumbre de tronarle los dedos al otro, a quien se considera un inferior, irrita y ya no funciona. Los “inferiores” están diciendo a los supuestos “superiores” que no, no van a obedecer –y que merecen respeto.
Y los “superiores” lejos de entenderlo están tronando más fuerte y más seguido los dedos.
Considérese la metáfora para lo que recién ocurrió en el Congreso durante la comparecencia del gabinete de Seguridad. Fue tal el tronadero de dedos, que aquello pareció un tablao de flamenco, con sus recesos.
Primero los recesos, interesantes pero demasiado escasos.
La Secretaria de Seguridad habló un poco del plan para construir la paz y respondió a varias preguntas de los senadores; algunas senadoras del PAN formularon preguntas agudas; y el senador Álvarez Icaza formuló una cascada de interrogaciones al Ejército y la Guardia Nacional, bien fundadas e inquietantes, que ameritan ser estudiadas.
Ahora el resto: el flamenco.
Un desfile de senadores subieron a la tribuna para lucirse ellos con sus tronidos de dedos, dirigidos sobre todo al general Secretario de la Defensa.
Yo no soy su tropa, usted es mi tropa. Yo soy más juarista que Juárez. Andale sirviente de la Nación, yo no te tengo miedo, yo a ti te mando por mis mandados. Es usted el guardián de un narco Estado político empresarial.
Zapateado, castañuelas, tronidos de dedos, aullidos de cante jondo, brazos alzados: poses para la prensa.
¡Olé!
Perdón, ¿y en todo el borlote dónde quedó la Seguridad Nacional?
Yo exijo que me regresen mis boletos. Perdón, mis impuestos de este año. A mí sí me importaba el tema de la Seguridad de la Nación, como me importa y mucho en particular la Seguridad de mi familia y la mía, y lejos de informarme sobre ello, los senadores me dieron un espectáculo de polarización, que a mí más bien me ofendió porque impidió la información.
Un gesto delata la vocación de espectáculo de los senadores tronadores de dedos. No bien fueron teniendo su turno en el podio y fueron dando sus gallardos solos de tronidos de dedos, se fueron yendo del Congreso a comer, como lo delató el senador Monreal.
Ya habían dado su espectáculo ante las cámaras de la prensa, ya podían irse a tomar una copita de coñac.
Lo que me lleva a la segunda cosa que está cambiando en México. Los ciudadanos nos estamos hartando también de la polarización que los políticos hoy estilan y acicatean.
¿En qué nos beneficia la política-flamenco a los ciudadanos? Tal vez nos entretuvo un par de años, pero hoy se ha vuelto evidente que la polarización es puro humo que oculta precisamente a los políticos y su intrascendencia.
Termino parafraseando a Aristóteles cuando aconseja cómo remontar la polarización en una sociedad.
Aristóteles introduce el tema señalando que por supuesto no todos tenemos que estar de acuerdo en todo. En una democracia los intereses de distintos grupos se confrontan y qué bueno, así se llegan a soluciones donde caben más.
Pero algunos temas sí debemos sustraerlos del ruidazal de la política usual. Los temas de interés general, es decir: los que implican el bienestar colectivo –y en especial el bienestar de los ciudadanos de a pie. Es necesario acordar cuáles son esos temas.
Por ejemplo, la Seguridad Nacional. O la vigilancia y castigo de la Corrupción. O la estabilidad económica.
Para abordar esos asuntos, conviene acordar formas especiales. Es decir: para que no todo derive a las castañuelas y más bien derive a soluciones útiles, es necesario pactar procedimientos que garanticen la civilidad.
Por fin, debemos dejar de premiar con el aplauso al flamenco político y sus formas ociosas. La hipérbole. El insulto. Las acusaciones sin pruebas. La descalificación sin el aporte de mejores soluciones. Y debemos distinguir qué políticos defienden nuestro interés, el de los ciudadanos, y a ellos sí premiarlos con el aplauso.
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