Para Esteban Disobre

¿Por qué dejaron los grandes oradores liberales de hablar del país?

Porque temían que se convirtiera en Venezuela, y dedicaron sus alientos y sus labios a prevenirnos del peligro.

Se despreocuparon de los millones de pobres. Olvidaron a los truhanes de la política. Tampoco llamaron su atención los grandes océanos que desde ambos litorales abrazan a la Patria.

Fijaron sus miradas en aquel que quería convertirnos en Venezuela.

El Zurdo López.

Y no distrajeron de su breve cuerpo las miradas durante seis años.

¿Por qué no festejaron que los pobres empezaron a recibir dinero? ¿Por qué no escribieron tesis doctorales al saber que el salario de los trabajadores se doblaba?

Porque lo urgente era salvarnos de volvernos Venezuela.

¿Por qué expulsaron de sus simposios sobre la Democracia a los pensadores zurdos? ¿Por qué se encerraron en sus cenas? ¿Por qué bloquearon de sus cuentas de Tuiter a los que los contradecían?

Para no distraerse del peligro de ser Venezuela.

¿Por qué pactaron con la peor calaña? ¿Por qué se sentaron a las mesas de sus enemigos? ¿Por qué inventaron hechos imaginarios? ¿Por qué perdieron el rubor ante las hipérboles y los hechos inventados?

¿Por qué, oh dioses, cerraron el Congreso?

Para impedir que la Democracia nos llevara a ser una Dictadura venezolana.

¿Por qué al llegar las elecciones no le ofrecieron a los votantes un proyecto?

Porque se abocaron de cuerpo y alma a prevenirnos que Venezuela estaba a la vuelta, si ellos no ganaban.

Oh sí, Venezuela llegaría flotando por el mar y ocuparía la Patria. Millones de venezolanos desembarcarían y nos cambiarían el acento y se instalarían a dormir en nuestras camas.

—Permítame —mostraría el venezolano su pasaporte— vengo con mi familia a dormir en su cama.

¿Y por qué ahora quieren corregir lo que los electores votaron?

Porque los brutos votaron en masa por volverse Venezuela.

Ya se sabe: el pueblo es siempre secretamente venezolano, aún si no lo sabe. El pueblo siempre desea secretamente ser siervo. El pueblo odia la libertad y la bonanza, secretamente. Y todos los caminos llevan a Roma, excepto cuando los camina el pueblo, que inevitablemente siempre llega a Caracas.

Muera el demos secretamente venezolano.

Oh sí, mueran los venezolanos que amenazan desde adentro a la Patria con volverla Venezuela.

Acaba el sexenio de López con lentas y pesadas campanadas de hierro, tong tong tong, llega el sexenio de Claudia la Zurda con repiques de campanita, ting ting ting, y Venezuela no llega.

Ay dolor, qué tragedia.

¿Es por eso la tristeza de los heraldos de Venezuela?

La han invocado seis largos años y no aparece.

Y sus rostros están ahora serios. Sus alientos entrecortados. Algunos ritman con los puños frases furiosas. Otros las pronuncian con aliento tembloroso.

Es que algunos han recibido por la noche las visitaciones de ángeles. Cruzan la ventana hechos de luz dorada y murmuran:

—México nunca será Venezuela. Ay, lo lamento.

Los heraldos de Venezuela despiertan de la pesadilla, se hincan a un lado de sus cama, reúnen las manos y rezan:

—Oh no, que se aparezca por fin Venezuela. Que la Patria se desplome. Que el peso valga cero. Que para comprar una hogaza de pan deba cargarse a la tienda una maleta repleta de billetes, como en Argentina.

Aún de rodillas y aún con las manos entrelazadas se preguntan:

—¿Qué será de nosotros, gran Dios, si de verdad México nunca se vuelve Venezuela?

(Se sabe de uno que se ha mudado a Venezuela, para suspender el agónico suspenso. Mejor que el miedo por dentro, Venezuela por fin afuera…)

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