El Rolex en la muñeca del burócrata de Pemex.
El vestuario de nuevo rico del diputado de Morena.
El gigantesco rancho de Pedro Haces, el líder sindical devenido en diputado.
Cada escándalo de políticos gastando fortunas inexplicables nos desespera, porque delata la tolerancia de Morena ante la corrupción.
Escribía el domingo pasado: no nos enfrentamos a corruptos aislados, ovejas descarriadas de la burocracia, granitos negros en el arroz blanco.
No. Nos enfrentamos a un Segundo Gobierno.
Eso es la corrupción.
Un Segundo Gobierno que opera oculto tras el gobierno formal que elegimos cada 6 años.
Cada secretario de Estado, cada gobernador, cada presidente municipal, puede ser un doble agente: trabaja para el primer gobierno y puede trabajar al mismo tiempo para poderosos empresarios o para criminales, y quienes les malbarata el Bien de Todos, a cambio del Bien de unos pocos.
¿De qué tamaño es el Segundo Gobierno?
No lo sabemos porque es clandestino. Pero si el primer gobierno tiene 6 millones de funcionarios, uno por cada 21 ciudadanos, podemos estar hablando de cientos de miles de dobles agentes en ese gobierno paralelo.
Acaso de millones.
Me textea un ex secretario de Gobernación:
—Los gobiernos de la Transición rompimos el monopolio del Poder Político (al inaugurar la democracia electoral), pero no nos atrevimos a tocar la esfera de los intereses creados, eso que tú llamas el Segundo Gobierno, donde el Poder Político se engrana por mil puntos con el Poder Económico y el Crimen.
Fue peor.
El PAN no solo condonó a sus funcionarios corruptos, también, para evitar riñas y mantener la paz social, extendió su manto de impunidad sobre el Segundo Gobierno que le antecedió, el priista.
Así nació el pacto de ceguera que hoy sigue cubriendo a los corruptos, sin importar el color de sus licencias para robar.
Tricolores, azules o guindas: saquean con una tranquilidad de duques.
—Tu partido es ladrón —le espeta Lilly Téllez a Noroña en el Congreso.
—Y el tuyo más— le lanza Noroña otro puño de lodo.
Y el espectáculo del “Y tú más” es parte del problema, porque nos ciega ante la verdadera dimensión del Segundo Gobierno.
Porque el Segundo Gobierno es multi-partidario y transexenal.
Los burócratas se van cada elección, pero los oligarcas y los capos se quedan, para dar la bienvenida a los nuevos funcionarios y adiestrarlos en los usos y costumbres del Segundo Gobierno.
Además, el Segundo Gobierno —y qué nadie se engañe pensando lo contrario— es muy nocivo.
La colección de autos del secretario de Seguridad del gobierno de Calderón, 42 autos de alta gama, escondidos en tres sótanos sucesivos de su mansión de Jardines de la Montaña, nos costaron a los mexicanos 120 mil cadáveres al fondo de un lago de sangre.
Y menos mórbido, pero más oneroso, cada que un mexicano paga el peaje costosísimo en una caseta de nuestras carreteras, sigue pagando el trato mafioso de Peña Nieto con Odebrecht y Grupo Higa, que le permiten su vida de monarca jubilado en los hoteles de cinco estrellas de Europa.
¿Qué tan rico debe ser México para que cada sexenio genere una nueva aristocracia de la corrupción?
Riquísimo.
Pero hay que decirlo de golpe y aunque duela como una daga: ese Segundo Gobierno es la razón de nuestro crecimiento anual mediocre y la razón de que el Crimen domine en una tercera parte de nuestro territorio.
Así de gigantesco es su costo.
Seré sincera. Me asombra que Morena no se atreva a romper el pacto de ciegos y no empiece por extirpar de sí misma a los dobles agentes del Segundo Gobierno.
Nadie va a extrañarlos ni nada va a caerse sin ellos.
Ni Morena va a quebrarse sin sus corruptos: no tiene enfrente a otro partido que amenace su hegemonía.
Al contrario, todo va a correr mejor sin un Segundo Gobierno traidor.
—¿Por qué no se atreve Morena a ser lo que prometió: la ruptura con las mafias del Poder?
Hay que preguntárselo a diario —porque por lo pronto Morena es el último instrumento de los electores para acabar con el Segundo Gobierno.