Recién el primer día de vacunación en la Ciudad de México , en las distintas sedes se formaron filas larguísimas de adultos de más de 60 años para recibir la vacuna. Filas donde esperaron bajo el sol, rompiendo la sana distancia entre uno y el otro, seis, y hasta ocho horas, para llegar por fin a sentarse, arremangarse los brazos y ser vacunados.

Acudo a esta memoria para hablar de algo más amplio. De la opción de la Izquierda mexicana : volverse la Izquierda de las filas interminables o la Izquierda de la eficacia de los servicios públicos.

Pues bien, en las redes sociales los jilgueros de la Izquierda tuiteron sin pausa en defensa de las filas interminables. Ser pueblo era hacer fila de seis horas sin protestar. Ser solidario era joderse en lo jodido. Ser igualitario era compartir la mala suerte de todos y callarse la boca ante la ineficacia de la burocracia sanitaria.

Loas que a mí me hicieron recordar las filas interminables en el parque central de la Habana, en Cuba, filas de horas para llegar al quiosco de los helados Copellia y recibir una tacita de cartón con el delicioso postre.

—Este es el triunfo de la Revolución—, me explicó mi acompañante, un mulato alto de dientes perfectos, uno de mis alumnos en la escuela de cine, donde García Márquez me había llevado a impartir la clase de guion de cine y donde permanecí un año.

—No me lo parece— le contesté al mulato.

Una fila de horas para recibir un cuartito de helado no era un triunfo, así en La Habana o en El Cairo: era un maldito desastre organizativo. Un desastre que además se reproducía en cada servicio social que prestaba el Estado cubano. ¿De verdad no podía la Revolución abrir 500 quioscos por la capital para servir el mítico helado?

Esa es la Izquierda de las filas interminables. La Izquierda sinónima con la conquista del poder por una burocracia incapaz y sus arrogantes jilgueros demagogos.

Volviendo a las filas de la vacunación en la Ciudad de México. Aún teniendo el apoyo de un ejército de demagogos en las redes, luego del primer día de filas interminables, la jefa de gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum , se arremangó las mangas de la camisa, tomó asiento a una mesa con sus técnicos de flujos de personas e ideó con ellos un sistema para que las filas fluyeran aprisa.

Cuando una semana más tarde acompañé a mi madre a vacunarse, el trámite completo duró una hora y media, desde la llegada a la sede hasta la salida de la sede. Una joven sierva de la Nación nos presumió el método:

—Hay quince mesas de vacunación, toma un minuto vacunar a cada persona, y una sola enfermera vigila la recuperación de cada grupo de 50 vacunados.

Esta es la Izquierda científica que ha ganado la batalla cultural contra el neoliberalismo en muchas latitudes. Que ha demostrado que el Estado puede dar servicios públicos de primer nivel y es mejor en ello que el Capitalismo, porque lo hace igual para los pobres que para los clase medieros.

Si la Izquierda no es esto —educación, salud y cultura— gratuitos, de primera calidad y para todos, me parece a mí que la Izquierda no tiene justificación de ser.

México construyó a lo largo del siglo 20 una infraestructura para la salud impresionante; una infraestructura pauperizada, que hoy atiende a los más pobres —y que la clase media utiliza ocasionalmente también, solo cuando no tiene otra opción: en cirugías o tratamientos demasiado costosos en el sector privado.

Pasados tres años de gobierno de la Izquierda en México, pasado el primer trienio de las ruidosas destrucciones de las cadenas de corrupción, toca a la Izquierda demostrar que además de destruir sabe construir cadenas de eficacia.

No es en el agobio de las filas de seis horas donde es deseable que todos seamos iguales. Es en los hospitales con buenos servicios, en las escuelas con buenos maestros y salones pulcros, es los teatros con la belleza encarnada en el escenario, donde queremos ser iguales.

Es ahí, en los servicios, y no en los discursos, donde la Patria se vuelve real y benigna. Y donde la Izquierda encuentra su verdadera razón de ser.

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