El miércoles pasado se marcó un parteaguas. Gracias a una carta enviada por más de 670 mujeres y la sensibilidad del ministro presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, éste visitó el penal de Santa Martha. Este hecho histórico, sin precedentes, permitió un diálogo cargado de emociones, conmovedor, en el que las pudimos externar las injusticias de las que hemos sido objeto en nuestro proceso penal, y el dolor que se ha instalado en nuestras vidas, como si fuera su propia casa.

Algunos aspectos vale la pena recalcarlos. En primer lugar, el abuso de la prisión preventiva, lo que en la práctica se ha convertido en una sentencia anticipada que estigmatiza pues la gente no entiende que es una medida cautelar. Por el contrario, nos ve como culpables.

Esta situación viola la presunción de inocencia y colapsa el sistema penitenciario. Muchas dijeron que tienen más de 2 años sin sentencia (hay quienes van a cumplir 18), otras que se les ha repuesto el procedimiento y después de años vuelven a empezar. Hubo quienes señalaron que están en este lugar por la influencia de hombres poderosos (desde un embajador hasta políticos), las más que cayeron por los hombres de su vida: su pareja (échate tú la culpa), sus familiares, (por ejemplo, una porque su hermano tomó su celular para hacer una extorsión, él está libre y ella presa), la mayoría habló del dolor que significa dejar a sus hijos, pues los jueces nunca les preguntan si son madres y el único sostén de su de su hogar a pesar de que están obligados por los protocolos internacionales y la jurisprudencia de la Corte. No se juzga entonces con perspectiva de género, lo que convierte a este discurso en algo vacío, carente de contenido cuando se trata del proceso jurídico.

Este abuso (que debería tener consecuencias legales), ha llevado a que como lo señala Jorge Nader en su libro “La Prisión Preventiva en México”, de las veces que el MP pide esta medida cautelar, el 70% es otorgada por los jueces de control, lo que trasgrede en la práctica el carácter de excepción que marca nuestra Constitución.

El ministro Zaldívar pudo constatar con las experiencias que escuchó pacientemente que en la base de la pirámide no hay justicia. Pero no sólo hablaron las “cautelares” como se dice en el argot de la cárcel, sino también las que han sido sentenciadas con penas que son en realidad cadenas perpetuas porque se nos ha hecho creer que así se disuade la delincuencia, lo que es falso, cuando el remedio está en la prevención. Muchas de estas mujeres no tienen derecho a ningún beneficio por el tipo de delito, aun y cuando su comportamiento es ejemplar. Hablaron con el corazón y con mucha esperanza, sabedoras de que todas tenemos derecho a una segunda oportunidad.

Charles Lucas, reformador del sistema penitenciario francés, escribió: “Siendo el objeto principal de la pena la reforma del culpable, sería deseable que se pudiera poner en libertad a la persona cuando su regeneración se halla garantizada”. Esto lo dijo no ahora, en pleno siglo XXI, sino en 1836. Nuestra justicia está atrasada 200 años. Ni más ni menos.

El ministro Zaldívar sembró una luz de esperanza y comprometió su voluntad política para tocar puertas, lo que hizo inmediatamente. Él se fue conmovido porque se dio cuenta que con cada mujer inocente que se lanza a esta alcantarilla se comete una especie de feminicidio. En este caso, el ataque artero no es sobre el cuerpo, sino sobre el alma y el corazón.

Política mexicana, feminista

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