Uno de los graves dilemas de nuestro país es que estamos inmersos en una sucesión adelantada, evadiendo el debate y la solución de los grandes problemas nacionales. La política se ha deteriorado a tales niveles que lo que ahora importa es quién es más estridente o trivial, degradando con ello la acción de gobernar o legislar. Se ha deshumanizado la política a tal grado que han dejado de doler nuestros muertos. Sólo se actúa en función del interés personal que cruza por vías muy distintas al sentir y a las necesidades de la gran mayoría de la sociedad. Lo mismo se retoza en un brincolín, que desde la silla de una gobernadora se arma cada martes un show violentando la ley. Igualmente, en la tribuna parlamentaria se insulta, se hace escarnio (porque es lo de hoy), no sólo desde el partido oficial sino también han caído en esta lógica algunas personalidades de la oposición porque eso da réditos inmediatos sin importar el alto costo para la política y, en consecuencia, para el país.
Mientras tanto, la sociedad camina por otras vías. La gente tiene en la mente otras preocupaciones. No saben qué van a comer sus hijos al otro día, han perdido su trabajo o quebrado su pequeño negocio, la inflación los agobia. Una inmensa mayoría no tiene acceso a servicios de salud, y la inseguridad sigue siendo un flagelo que se presenta con sus secuelas todos los días. También la sociedad civil demuestra otros afanes: se lanza a una cruzada de gran relevancia para defender al INE (el órgano electoral ciudadano que se ha logrado construir con sacrificio y voluntad política), que hoy sufre un embate que, de prosperar, pone en riesgo nuestra democracia. Los partidos, ajenos a esta situación, están sentados en una mesa sin consultar a la sociedad y abriendo el espacio (sobre todo la dirigencia del PRI), para que de manera encubierta se aseste el golpe fatal.
La patria se está muriendo y en lugar de levantar la mira en honor a nuestros muertos, la crueldad impera frente al dolor de tantas familias. Las cifras son escalofriantes: casi un millón de cruces que se han sembrado en el camino por el Covid, las y los que han muerto por la violencia, incluida la feminicida, los desparecidos y desaparecidas, los niños que han fallecido por la falta de tratamientos contra el cáncer. Se ha normalizado todo esto como si se pudiera esconder debajo de la alfombra tanto agobio. Se ve como algo usual que los pequeños se tengan que esconder debajo de los pupitres para defenderse de las balas del crimen organizado, o que no puedan jugar y apropiarse de la calle que debiera ser suya y no de los delincuentes.
Pero lejos está la clase política de estas preocupaciones, de las pérdidas que en varios sentidos han sufrido tantas familias. El México real está dolido, el país está ensangrentado y, frente a esta realidad, lo que menos sirve es la “corcholatización” de la política. Fugarse al 2024 es la mejor manera de evadir la solución de lo que hoy acontece, de evitar comprometerse y construir soluciones. Y esta perspectiva no es sólo del partido gobernante, algunos en la oposición han caído en esta trampa organizando sus pasarelas sin enfrentar el hecho de que con esos dirigentes es imposible salir victoriosos de las batallas que se avecinan. Es hora de levantar la mira. La patria lo necesita.