Con muros metálicos se recibió a las mujeres en el Zócalo capitalino el día que se conmemora la lucha contra la violencia de género. Muros que —a diferencia de lo que pretenden el gobierno federal y el de la ciudad— lo único que hacen es agigantar nuestro grito de indignación. Es un clamor que nace del corazón, del dolor, del enojo, porque vivimos en un país en el cual todos los días se asesina a once mujeres, casi doce mil han sido desaparecidas tan sólo en este año y 7 de cada diez mexicanas siguen afirmando que han sido víctimas de algún tipo de violencia durante su vida. La lucha para visibilizarla ha sido frontal. Una batalla de muchas décadas que ha sido acompañada con cambios legislativos y políticas públicas impulsadas por la alianza entre grupos feministas, legisladoras y políticas de todo color. El último fruto de esta potente coalición es la Ley 3 de 3 que, entre otros factores, impide que abusadores y acosadores sexuales lleguen a cargos de poder.
La violencia hacia las mujeres sigue siendo el pan de cada día por eso indigna la actitud del gobierno y su cerrazón frente a una exigencia legítima. No sólo se ha incrementado la familiar y cotidiana, el tráfico de personas, en su mayoría mujeres y niñas, los feminicidios y la desaparición forzada. También hoy se ejerce todos los días una violencia institucional que igual agrede, intimida e incita a que esta actitud machista se reproduzca en todos los ámbitos de la sociedad. Porque se predica con el ejemplo. O ¿acaso no es violencia que el Presidente no reciba y escuche a las madres cuya única arma es una pala en la mano porque buscan a sus hijas desaparecidas? ¿Cómo le podemos llamar a las descalificaciones que desde el púlpito presidencial se profieren hacia mujeres que no opinan o no coinciden con su proyecto político? ¿No es violento que se utilice instituciones del Estado mexicano para amedrentar y coaccionar en las trincheras políticas? ¿No es profundamente violento que las imágenes de las mujeres que acompañan a López Obrador en su gestión presidencial sean de reverencia y de silencio frente a retrocesos en cuanto a derechos y políticas públicas se refiere?
Esa violencia se ha normalizado y no se puede aceptar. La clara evidencia son esos muros de la ignominia que lejos están de representar una visión de derechos humanos y de género. Todo lo contrario. Por eso es también inaceptable que algunas mujeres utilicen esta lucha para acallar la crítica y los cuestionamientos. Para censurar. Coincido plenamente con la idea de que la vida privada debe ser respetada y que a las mujeres siempre se les mide con una vara distinta cuando destacan en ambientes patriarcales. Que no se vale el insulto y la infamia. Pero eso es muy distinto al cuestionamiento fundado. Trivializarla no es conveniente porque costó mucho trabajo que se reconociera esta violencia simbólica que se practica con toda impunidad por los hombres que detentan el poder. Es probable que por primera vez una mujer sea presidenta, pero eso en sí mismo no significa que se rompa este pacto patriarcal. En consecuencia, no se puede bajar la guardia porque ninguna democracia puede sostenerse si la mitad de la población no rompe las cadenas que la atan.