En los últimos días inicié un recorrido para agradecerle a todas las personas que recibieron a mi hija Mariana en la Ruta por la Libertad. Ella visitó estados y municipios para defender mi inocencia, para llevar las pruebas fabricadas por el ministerio público, para exponer de manera valiente mi verdad frente a un linchamiento mediático, una montaña de lodo, que casualmente inició un poco antes de la definición de la sucesión presidencial en el sexenio del presidente Peña y que se acrecentó con el actual gobierno. Afortunadamente el tiempo y la justicia nos dieron la razón y ante esto me parece lo más elemental agradecer a quienes a lo largo y ancho del país —conociendo mi trayectoria y mi trabajo— creyeron en mí y le abrieron sus puertas y sus corazones a Mariana. Y fue así como comenzamos tomadas de la mano, madre e hija, este andar primero en Morelos y Guerrero.
Pude constatar entonces que la clase política está muy lejos, de un lado y del otro, de las preocupaciones, del dolor, del miedo de las y los ciudadanos de a pie. Resultan groseros, burdos, insultantes, los cientos de espectaculares de las denominadas de manera indigna corcholatas, justamente ahí donde la muerte ronda todos los días. Pero la trinchera de enfrente también se desentendido, porque cree solamente en lo electoral y no en las causas de la gente.
Morelos y Guerrero tienen miedo. México tiene miedo. Las mujeres tienen miedo. Porque no pueden salir a la calle porque se sienten vulnerables, porque les aterra que sus hijas no regresen, porque no saben si al día siguiente van a tener trabajo o sí sus hijos e hijas van a tener de comer. Porque el dolor las agobia porque no hay medicamentos ni tratamientos para curar a su familia cuando enferma, porque sus hijos tienen cáncer y en lugar de ser atendidas en primerísimo lugar son denostadas. Y frente a ese miedo y ese dolor nadie les da la mano. Fui a las colonias más pobres de Acapulco y la gente está abandonada, las dádivas no son suficientes para comer, comprar medicamentos, y a las mujeres antes empoderadas por las transferencias monetarias como Prospera, ahora les cargan toda la tarea. Las que podían garantizar la comida porque había un comedor comunitario, ahora padecen ante la carestía. Quienes vivían de las remesas ahora se las ven negras porque el super peso les ha reducido esa mesada que les permitía desahogar sus más apremiantes necesidades.
Para estar preso, entonces, no se necesitan barrotes, ni celdas. Muchas y muchos tenemos nuestras propias cárceles que nos atan, que nos paralizan, que nos confinan. Es tiempo de romperlas. Si los de arriba no entienden, tenemos que hacerlo desde abajo. Recorrer caminos, transitar comunidades, dar la mano y escuchar. Tal vez así entendamos que sólo se podrá terminar con la tragedia que hoy azota a México. De otra manera, será muy difícil. Para ganar no sólo se necesitan buenas o buenos candidatos. Se requiere tejer un México sin miedo. Es fundamental vencer este sentimiento con la fuerza que da el saber que entre todos nos sostenemos y nos solidarizamos. Es momento de mirar hacia abajo, y no sólo hacia arriba. Sólo así lograremos que el miedo no venza la esperanza.