Hemos caído en la trampa que sigilosamente nos han tendido. Redonditos. El mago distractor encontró la manera perfecta de alejarnos de la reflexión de los graves problemas nacionales. Ha logrado que toda la atención se centre en la sucesión presidencial, fungiendo a la vista de todos como coordinador de la campaña de su partido. Él decide las formas, los espacios que le corresponderán a los perdedores, y hasta las reformas que se tienen que aprobar, montando un espectáculo cuando ya sabe quién será la o él ungido. Todo esto con la complacencia de todos. Como si fuera normal. Como si no constituyera un delito claramente cantado, incluida la ilegal promoción que con recursos públicos han hecho sus corcholatas. Lejos quedó el hombre que desde la oposición le dijera a un presidente “ya cállate, chachalaca” por su grosera intervención en el proceso electoral. Eso está en el pasado como tantas promesas y exigencias. Ahora se trata de garantizar la continuidad de su proyecto al costo que sea, incluso encarcelando opositores.
La oposición se ha sometido a esta lógica. Se ha sumado a la discusión de los tiempos, el método, el perfil, sin atender las causas de la mayoría. El Presidente todos los días los urge a encontrar a su abanderado/a. Porque en la polarización gana. En su cálculo, hay más mexicanos y mexicanas de abajo, que estarán ahí por el temor a perder las dádivas que les da, porque creen en él a ciegas pues los defiende de los que siempre los han agraviado y excluido (aunque en realidad hoy estén peor) y porque no hay nadie abajo que le dispute ese terreno y esa narrativa. No hay quién entienda que el gigante tiene los pies de barro. Las clases medias enojadas son otro mito. Roy Campos arrojó datos muy interesantes: un 60% de quienes ganan entre 18 y 30 mil pesos sufragaron por Delfina Gómez contra un 30% por Ale del Moral.
En este contexto el INE nos queda mucho a deber. Una marea rosa inundó las calles de todo el país defendiendo esta institución y se logró parar el ánimo destructor. Y, en efecto, como maquinaria para organizar elecciones cumplieron a cabalidad en el Estado de México y Coahuila. Pero no contuvo a toda la operación de Estado volcada sin rubor a favor de una candidata. Ni siquiera lo intentó. Demasiado tarde quiso frenar al Presidente, que por cierto hizo caso omiso del señalamiento. Nos queda a deber por qué avala encuestas tramposas, ni frena las campañas ilegales de las corcholatas, por qué ha permitido que se utilicen recursos públicos para posicionar a una de ellas, por qué no actúa enérgicamente y el Tribunal tampoco sanciona (en serio) a quien desde el púlpito mañanero hace proselitismo todos los días.
Mientras tanto el pueblo abandonado en su calvario cotidiano. Olvidado por su Presidente y por la clase política que muy lejos está de sus preocupaciones. No se duelen ante la realidad de millones que tienen hambre mientras que los agricultores tiran sus cosechas porque ni siquiera pueden pagar los costos; de los que a diario padecen un metro ineficiente y que los pone en riesgo; de la inseguridad desbordada en calles y carreteras, de la violencia acentuada hacia las mujeres; del hecho de que cada día hay más pobres; de que no hay medicamentos y el sistema de salud es deficiente; de que la muerte ronda a nuestros niños con cáncer, a nuestras hijas o hijos, que desaparecen y nadie se hace cargo más que las madres; de los desplazados por el crimen organizado, del terror que ejercen estos grupos; de las y los migrantes que son tratados como animales y cuyo destino puede ser la muerte; de las masacres y las ejecuciones extrajudiciales que se justifican porque “eran criminales”, lo que es violatorio, corriendo además el enorme riesgo de que algún día sean inocentes. No, el dolor es para los de abajo, la fiesta electoral es para los de arriba. Y luego los culpamos porque no salen a votar.