El morenismo no ha podido digerir el hecho de que el Premio Nobel de la Paz se le otorgara este año a María Corina Machado. Sin embargo, por más que intenten tapar el sol con un dedo y defender la dictadura que hoy gobierna en Venezuela, no se puede ignorar lo que significa este galardón. Se reconoce con ello la lucha por la democracia y la libertad que María Corina ha encabezado y que llevó a que en julio del 2024 el régimen que encabeza Maduro fuera derrotado en las urnas. Y esto es lo que no soportan. Que a través de una rebelión civil y pacífica el pueblo de ese país sudamericano le haya dicho basta a un gobierno envalentonado por el terror que esparce, la persecución de sus opositores, el control de los medios de comunicación, la captura de los órganos judicial y electoral, entre otros aspectos que tanto se parecen al derrotero que ha tomado nuestro país. Es tanta su penuria moral que argumentando principios como la no intervención en asuntos de otros países —que nada tienen que ver— se le escatima a esta valiente mujer lo que representa no sólo para Venezuela sino para el mundo entero.

Son ridículos, por tanto, los señalamientos de que este premio le fue otorgado a una golpista. Los que, por cierto, cayeron por su propio peso el mismo día que se anunció el Nobel: en el Consejo de Seguridad de la ONU (reunión solicitada por Maduro) varios países se pronunciaron en contra de su gobierno ilegítimo y reconocieron la labor de esta admirable mujer, la segunda latinoamericana en ser galardonada con el Premio Nobel de la Paz. El oficialismo ha planteado este debate como un asunto entre izquierda y derecha. Nada más falso. La lucha de María Corina y del pueblo venezolano representa los valores de los demócratas del mundo, de los libertarios que se oponen a regímenes autoritarios, que anhelan la paz, la justicia y la dignidad, que defienden por encima de cualquier interés los derechos humanos de todos. El dilema hoy está entre democracia y dictadura y la izquierda por definición debiera colocarse a favor de la primera. Ponerse en los zapatos de los millones que han tenido que dejar a Venezuela y de los que defienden la democracia en ese país, el derecho de un pueblo a decidir su camino por la vía pacífica y electoral. Los venezolanos escogieron esta ruta. Decidieron hacerlo con las reglas y las condiciones que les impusieron y ganaron. No sólo eso. Demostraron con actas en mano la legitimidad de su triunfo. De ahí la contundencia del mensaje del Comité Noruego: “la democracia depende de la gente que se rehúsa a mantenerse en silencio, que se atreve a dar un paso al frente, a pesar de grandes riesgos. Nos recuerda que la libertad no puede nunca tomarse por sentada, sino que siempre debe ser defendida con palabras, coraje y determinación”. No son palabras menores. Tampoco el reconocimiento a la venezolana por escoger el camino de la reconciliación frente a la polarización populista y el de la unión de la oposición a Maduro como la única posibilidad de derrotarlo. Que sirva su ejemplo para quienes en México nos negamos a la destrucción de la República y que estamos convencidos de que “las herramientas de la democracia son también las herramientas de la paz”.

Política mexicana y feminista

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