Mucho ruido ha corrido a raíz del enfrentamiento entre los senadores Noroña y Moreno, provocado en gran medida por la prepotencia, autoritarismo y misoginia del primero. Se ha querido presentar este hecho como inédito cuando la Cámara Alta ha sido escenario de otras trifulcas, algunas de ellas comandadas por quien hoy se quiere presentar como víctima. Como dice el refrán “lo que mal empieza, mal acaba” y no podía ser de otra manera con quien ha conducido esa institución de manera facciosa, faltando el respeto a sus pares, violentando a las mujeres, y lo que es peor, que la ha utilizado para sus intereses personales. Más grave es que la Presidenta haya tomado partido utilizando la mañanera para denostar a la oposición en lugar de llamar a la prudencia y el diálogo. Desde luego que es deplorable la violencia y no debe ser el mecanismo para dirimir las diferencias. Pero ésta no sólo se da físicamente. Un día sí y otro también -desde la palestra presidencial- se destila odio y se promueve un discurso violento que agrede, que confronta, que divide y polariza. Todos los días, desde la maquinaria propagandista se violenta a adversarios, críticos, periodistas, para luego victimizarse por las tempestades que ellos mismos provocaron.

Pero las víctimas no son los propietarios de mansiones de millones de pesos que no pueden explicar. Las víctimas son otros. Es Aída Karina Juárez López que buscaba a su hija desaparecida y que fue asesinada en Zacatecas, siendo la octava madre buscadora que es ultimada en lo que va del año. Son las y los miles de desaparecidos por el crimen organizado. Los más de 18 mil muertos que se han dado durante el actual gobierno si nos basamos en las adulteradas cifras oficiales. Es también el terror que se vive en varios estados, entre ellos destacadamente en Sinaloa. Basta con decir que tan solo el viernes en Culiacán asesinaron a once personas, entre ellas un niño, en un ataque al Hospital Civil. Las otras violencias, las que importan, son las que recorren los hogares y los rincones de nuestro país. Las mujeres agredidas todos los días. Los once feminicidios diarios. Las víctimas de una mayor violencia que se alienta desde los círculos oficiales tan cargados de machismo.

La violencia es también la que se ejerce desde el poder. La que lanza a la calle a más de 800 juzgadores truncando su vida profesional y personal. La que se cultiva simbólicamente con un lenguaje de odio y polarización. La que poco a poco desmantela la República para concentrar el poder en una sola persona y en un solo partido. Violencia es también pretender callar y censurar a quienes piensan diferente. Violencia es sinónimo de autoritarismo, el que hoy permea con un poder judicial que será todo menos autónomo y con una reforma electoral en puerta que tiene por objetivo desaparecer todo atisbo de oposición.

Cuestionable sí lo que sucedió en el Senado, pero que eso no distraiga de lo importante. De la necesidad de acompañar las causas de la gente, de ponerse en sus zapatos, de visibilizar lo que ellos quieren tapar con un dedo. Es darse la mano para encontrar el camino que acabe con esta violencia que nos asola y que conduzca a una paz con justicia, con diálogo y reconciliación.

Política mexicana y feminista

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