Los partidos opositores no pueden evadir su responsabilidad en lo sucedido recientemente en el Congreso. Desde luego que nadie escatima que el oficialismo pudo concretar el artero golpe al poder judicial por una sobrerrepresentación que le otorgaron órganos electorales cooptados. Tampoco se puede ser omiso ante la forma de construir una mayoría en el Senado. Con las peores y más ominosas prácticas que en sus mejores tiempos como opositor López Obrador hubiera objetado. Nadie puede tampoco voltear la cara ante la perfidia de quienes negociando impunidad se prestaron al más bochornoso de los espectáculos ya sea en el recinto senatorial o en Campeche. Cargarán por ello toda la vida con el estigma de haberse vendido, dado la espalda a sus electores (no sólo a sus partidos), y traicionado a la Constitución. Pero el asunto relevante es cómo se llegó a este punto. Jamás se entendió que la disputa por la Nación pasaba por las calles, por las casas, por el territorio. No se construyó el ejército para enfrentar al que durante cinco años con esmero conformó el gobierno. Se cayó en el juego del Presidente. Se aceptó que hubiera una campaña adelantada. La oposición se engolosinó por el resultado del 21 sin comprender que desde ese momento López Obrador pondría en juego toda su maquinaria para recuperar lo perdido, para garantizar su triunfo, para arrasar en la elección no sólo con votos de carne y hueso, sino con actas fraudulentas, intervención del crimen organizado, y la abierta, ilegal, artera promoción de su candidata desde el púlpito presidencial. Pero todo esto se aceptó desde que la candidata opositora reconoció los resultados en el primer momento, no porque Claudia Sheinbaum no hubiera ganado, sino porque había que limpiar la elección para dejarla en su verdadera proporción, y sobre todo evitar lo que se vendría después. Pero eso se logra sólo en la calle, con la gente, y por muy difícil que parezca dando la batalla para al menos evitar que se sirvieran con la cuchara grande en el Congreso, o pudieran anular elecciones que se habían ganado legítimamente como en la alcaldía Cuauhtémoc, Zacatecas o la pretensión de echar abajo la de Jalisco.

Pero lo más grave es que no se comprendió que la disputa real estaba en el Congreso. El partido en el gobierno lo tuvo muy claro y por eso pidió el voto parejo. Falso que la gente les haya dado la legitimidad para modificar la Constitución a su antojo y mucho menos para desaparecer uno de los poderes del Estado al atentar contra su independencia e imparcialidad. Pero las dirigencias de los partidos opositores privilegiaron lealtades y no la capacidad de ganar de las y los candidatos. Se perdió en la mayoría de los distritos y se premió a quienes a nivel federal o local muy pronto demostraron su vileza. En esta ocasión, los integrantes del poder judicial, los estudiantes y la sociedad civil mostraron el camino. Decía Cicerón, si quieres ganar una ley, primero hay que ganarla en la calle. Ése es el camino. Sólo con reflexión y autocrítica, con organización desde abajo, lejos de las prácticas tradicionales, podemos afirmar que no todo está perdido. Que millones quieren ofrecer su corazón porque la patria lo vale.

Política mexicana y feminista

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