Justa es la indignación de quienes se horrorizan frente al hallazgo del centro de exterminio en Teuchitlán. Constata que, en este país, a los ojos de todos, se recluta, adiestra, asesina y desaparece a miles de personas, la mayoría jóvenes; que regiones enteras son controladas por el crimen organizado, que el miedo y el dolor asolan nuestro país. Pero abona a esta indignación la indolencia de quienes nos gobiernan. Esta realidad choca con los muros, reales o virtuales, con los que se rodean en Palacio Nacional. Son los mismos con los que nos enfrentamos las mujeres el 8 de marzo, y ante los cuales se encontraban las madres buscadoras exigiendo una audiencia que nunca llegó.
Madre buscadora. Bien dicen en las redes sociales que ese término nunca debió de acuñarse. Mujeres —y hombres también— que con la esperanza depositada en una pala cavan a lo largo y ancho del territorio nacional para encontrar a sus seres queridos, para darles sepultura y dormir en paz. Realizan la tarea que obligatoriamente tendría que hacer la autoridad, pero eso sería reconocer que existe esta realidad que duele, y que miles de jóvenes solo tienen como destino la muerte. Y frente a esta tragedia: la indolencia. Las culpas al pasado ya suenan a cantaleta cuando llevan más de seis años en el poder, cuando desaparecieron la Comisión de la Verdad y obligaron a sus miembros a no publicar sus resultados de manera oficial, cuando la titular de la Comisión de Búsqueda tuvo que renunciar por la pretensión del oficialismo de maquillar las cifras de desaparecidos. Todo esto ha sucedido con el gobierno morenista y para rematar la política de “abrazos, no balazos”
Son indolentes. No les duele. Frente a este horror y dolor mantuvieron su inútil fiesta en el Zócalo. Son indolentes porque pretenden minimizar lo hallado. Porque frente a los hechos en lugar de asumir su responsabilidad nos responden con supuestas encuestas y también supuestas popularidades como si eso anestesiara el dolor. Indolentes porque quien gobierna emulando a su antecesor llega a la mañanera con un “buenos días alegrías” o se pone a bailar cuando hay madres, esposas, hermanas tratando de identificar de quienes eran las pertenencias encontradas en ese rancho que se encontraba a tan solo una hora de la capital jalisciense. Mientras nos convocan a una jornada de luto nacional. Indolentes porque creen que tapando el sol con un dedo van a poder ocultar esta realidad de sangre y muerte que nos brota de la tierra y que demuestra que no basta con transferencias monetarias para impedir que nuestros jóvenes sean enganchados con engaños por el crimen organizado. Basta con decir que el programa “Jóvenes Construyendo el Futuro” solo ha logrado que el 1% de los que reciben este recurso encuentre empleo formal. Indolentes porque nos les importa que la gente se muera. Fue evidente en la pandemia. Y no les importa que ahora sea por falta de medicamentos, insumos y por los recortes en salud. Tampoco que mueran a manos del crimen organizado. No les inquieta ni les conmueve. Son insensibles ante tanto dolor. Impasibles frente a estos hechos. Se convirtieron en la peor expresión de lo que antes repudiaban. No tienen corazón.
Política mexicana y feminista