Estos días se llevaron a cabo dos eventos importantes que tuvieron como temática el feminismo. Uno, de importancia porque congregó mujeres de varios países, pero que tuvo el pequeño problema de intentar proveer de una aureola feminista a quien no la tiene. Porqué decir que se trata de romper el techo de cristal para todas y no sólo para una, no es nada nuevo. Pero callarse ante las infamias y la misoginia contra la ministra presidenta de la Corte, o ante el hecho de que más de diez mujeres son asesinadas al día, o se guarda silencio ante las cientos de miles de mujeres que murieron de Covid por no atender bien la pandemia, o no tener la menor empatía con las madres buscadoras de sus hijas o hijos desaparecidos, o encubrir los retrocesos en las políticas públicas de cuidados (estancias infantiles, escuelas de tiempo completo, comedores comunitarios, seguro para jefas de familia, etc.), o permitir que el Zócalo se rodee de muros para acallar los reclamos de cientos de miles de mujeres y recibirlas con policía, o ser responsable de muertes en el metro porque no se dieron recursos suficientes para su mantenimiento, todo eso no califica como feminismo. Mucho menos lo es no ejercer la investidura completa. Pensar que el poder te deviene de otro (un hombre) frente al que tienes que ser sumisa para tener su gracia y ser la ungida.
No. El feminismo es disruptivo, subvierte las reglas del pacto patriarcal, no las acata, porque rompe desde el corazón, las bases en la que se ha construido una sociedad machista que violenta, somete y mata. El feminismo entiende que las políticas públicas del cuidado son fundamentales porque las mujeres hoy trabajamos, porque casi la tercera parte somos el único sostén de nuestros hogares, y requerimos que se compartan con nosotras esas tareas por parte del Estado y también de nuestros compañeros (cuando los hay), porque queremos, como lo diría nuestra gran Cecilia Loría, parejas-parejas.
De todo esto se discutió en el otro foro, organizado por la Red de Mujeres en Defensa de la Paridad. Se señaló que la democracia paritaria está en riesgo. Pero no sólo la paridad, este gran paso de representación de las mujeres, sino la democracia misma, al desmantelar nuestras instituciones autónomas, al demeritar la participación de la sociedad civil y, sobre todo, al pretender poner en marcha un plan B que atenta contra las elecciones libres. Se dijo que tenemos que pasar de una paridad numérica a una sustantiva. Porque de nada sirve tener tantas mujeres, si las vinculadas al oficialismo, votan cada año la disminución de los presupuestos de los programas para apoyar a nuestro género, porque callan ante la violencia que se ejerce desde el mismo gobierno contra una mujer que es poderosa -ella sí- porque no se somete, porque tiene dignidad, porque ha conquistado ese espacio por ella misma -la ministra Piña- y no por el hombre que gobierna. Este feminismo le habló de frente a los partidos políticos y les pidió no votar la reforma que le quita facultades al Tribunal Electoral porque eso pone en riesgo la paridad. Pero lo más importante: se dijo que desde luego queremos mujeres que nos representen. Pero no cualesquiera. Y menos en la Presidencia.