El oficialismo sigue recurriendo a la descalificación de quienes lo cuestionan. En medio de una situación que lo ha colocado contra la pared, con una retórica defensiva, una narrativa cada vez menos eficaz y sumido en sus propias contradicciones, invoca el término antipatriota para referirse a sus adversarios que no han hecho otra cosa que señalar que son ellos, los que ahora nos gobiernan, los que han colocado a nuestro país en esta condición de vulnerabilidad frente a los embates del gobierno norteamericano. Porque por más que quieran referirse al pasado, lo que es un hecho es que toda la presión que se ejerce desde el país vecino está directamente relacionada con la creencia de que diversos niveles del gobierno y del partido en el poder están vinculados, en mayor o menor medida, con el crimen organizado. La política de abrazos y no balazos está cobrando factura y, sobre todo, la presunción de que dinero del narcotráfico se utilizó en campañas políticas. Por eso más allá de la arenga nacionalista lo que es un hecho es que el país está en una encrucijada y en esta situación poco tiene que ver la oposición, que hace siete años no gobierna el país. Son sus decisiones, omisiones, indolencia e ineficacia las que tienen a México en esta incertidumbre. Son ellos los que han permitido que vastas regiones del país sean dominadas por la delincuencia organizada, son ellos los señalados por sus sospechosos vínculos, y son ellos los obligados a dar respuestas contundentes.

Ya no les sirve culpar a otros de sus propios errores. Porque no se puede tapar el sol con un dedo. Su doble rasero ya no da para más. El bumerang ya los alcanzó. Lo que ayer cuestionaban se ha multiplicado con creces. Los que lincharon sin pruebas a sus adversarios, hoy las exigen para sus correligionarios. Los que clamaban por abrir espacios hoy maniatan, amenazan, amedrentan y quieren acallar a las voces que los critican. Pero estos abusos son y serán su penitencia. Ahí está el caso de Dato Protegido y la reacción unánime de una sociedad enardecida por la arbitrariedad y el despotismo.

Antipatriotas no son los que cuestionan que desde que gobiernan hay más muerte, violencia y desapariciones. Que no hay medicamentos o insumos en hospitales y centros de salud o que la deserción escolar registra porcentajes muy preocupantes. Tampoco los que señalan que la economía no crece, que ha aumentado el desempleo, o que cuesta cada vez más mantener a una familia. Antipatriotas son -en todo caso- los que han permitido que la patria esté bañada en sangre por esta espiral de violencia, los que no se duelen porque hijos e hijas desaparezcan, los que no actúan para impedir que se coarten libertades como la de transitar libremente y sin peligro por carreteras, ciudades y calles de nuestro país. Los que han aceptado que otro poder, uno fáctico, esté por encima del poder del Estado, de su legítimo control de la violencia. Los que han cedido terreno a intereses que poco tienen que ver con la protección de las y los ciudadanos. Que no acusen a los demás de lo que ellos permitieron con el objetivo de mantenerse en el poder porque como bien dice Harari en su libro Nexus “nunca recurras a poderes que no pueden controlar”.

Política mexicana y feminista

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