Gracias Alejandra Cuevas, por su entereza

En días pasados, la Suprema Corte de Justicia puso las cosas en su lugar. Asumió plenamente el hecho de que es uno de los tres poderes de la Unión, refrendó su autonomía y se erigió como un contrapeso real a los abusos de los que utilizan su poder, no para servir, no para procurar justicia, sino para sus intereses personales. En el caso Cuevas Morán otorgó la libertad inmediata al señalar que se inventó un delito e incluso que no se juzgó con perspectiva de género. Por el contrario, dejó claro que se aplicaron estereotipos discriminatorios, al considerar que las mujeres son las únicas responsables de las tareas del cuidado.

Esta importantísima decisión unánime de la Corte, sumada al anuncio del ministro presidente Arturo Zaldívar de que vendrá a Santa Martha Acatitla, ha generado esperanza a las muchas mujeres que como Alejandra estamos injustamente en la cárcel. La mayoría madres jóvenes que han tenido que dejar a sus hijos en el abandono y en ese círculo vicioso que puede significar que en el futuro terminen en un lugar igual. Seremos escuchadas y eso es un paso gigantesco para empezar a abrir las puertas de esta alcantarilla a la que hemos sido arrojadas.

Pero la decisión de la Corte también arroja signos de interrogación: ¿Cuántos casos pueden llegar a esa máxima instancia para resolverlos de acuerdo con la ley? Muy pocos. ¿No deberían los jueces de control convertirse ser el primer dique contra la injusticia? ¿Por qué al MP se le permite un estándar probatorio muy bajo? ¿Por qué si los jueces tienen a la mano 13 medidas cautelares antes que la prisión preventiva, prefieren a esta última, que debiera ser la excepción? ¿Por qué la justicia sigue siendo selectiva si eso prometieron cambiaría? ¿Por qué un gobierno supuestamente de izquierda incrementa el catálogo de delitos graves y las penas, si está demostrado que eso no resuelve la delincuencia y la violencia cuyos índices están peor que nunca? ¿Por qué condenar a las presuntamente inocentes al estigma de la cárcel y a permanecer encerradas todo el día en sus estancias porque el sistema penitenciario no está preparado para este abuso de la prisión preventiva?

Nuestro país merece un debate muy serio al respecto, porque el nuevo sistema penal acusatorio requiere una revisión para mejorar sus mecanismos y para garantizar dos principios básicos: la presunción de inocencia y el debido proceso, lo que a juzgar por los hechos está en entredicho. Una justicia restaurativa que además asuma la perspectiva de género es propia de una sociedad moderna y democrática. Este paso se dio al ponerla en vigor en el año 2015, pero las cárceles están llenas porque el MP se sigue asumiendo como inquisidor y, sobre todo, criminaliza a las mujeres.

Dice Cauduro, a propósito de uno de sus cuadros que “las cárceles son una vergüenza social que constituye un castigo en lugar de una reforma. Cada vida en prisión es como un archivo olvidado esperando a ser revisado”. Pero ahora en los muros de esta prisión se respira esperanza porque vendrá el ministro que seguramente abrirá caminos, no para resolver casos concretos, sino para reflexionar a partir de nuestras vivencias y generar mecanismos que permitan un acceso efectivo a la justicia. Y así dejar de cometer (otra vez Cauduro) “el peor de los crímenes”.

Política mexicana, feminista

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