Este gobierno ha abandonado las políticas públicas que apoyaban a las mujeres que son madres. En la práctica, se ha convertido en adversario de millones de mexicanas que han tenido que soportar la desaparición de políticas relacionadas con las tareas del cuidado, que han sufrido la pérdida de sus hijos o hijas a manos de la delincuencia organizada por una estrategia de seguridad fallida, también por el manejo criminal de la pandemia, o porque no hay medicamentos para el cáncer y otras enfermedades. Es paradójico. Al mismo tiempo que se exalta a la familia (cuando en realidad lo que ahora existen son familias, es decir una diversidad que va más allá del modelo tradicional), se descarga en ella, y particularmente en las mujeres, muchas de las tareas que ya se había logrado que asumiera el Estado como parte de sus políticas públicas. Estas labores del cuidado —que son parte de una campaña permanente de la ONU— deben traducirse en acompañamiento, presupuesto y políticas, pues hay una consideración elemental: se ha roto el binomio hombre proveedor/mujer cuidadora, pues casi uno de cada tres hogares es sostenido por mujeres, y muchas además trabajan para complementar el ingreso familiar. Las madres ya no sólo están en casa, también son proveedoras por lo que es fundamental acompañarlas con un Estado cuidador y con parejas-parejas (cuando las hay), no sólo por ellas, sino por el interés superior, que son las y los niños de nuestro país.
El gobierno cree que con transferencias monetarias puede sustituir un andamiaje institucional que reconoce que una gran cantidad de las mujeres trabaja y que requiere tranquilidad y seguridad porque sabe que sus hijos e hijas están bien custodiados, sin estar expuestos a los riesgos de la calle o a los accidentes en la casa por encontrarse solos. El dinero no sustituye, entre otras cosas, porque no es suficiente para adquirir estos servicios, y porque sigue dejándole a las mujeres esta tarea (una vez más). Este viejo debate ya había sido superado al ponerse en marcha las estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo, los comedores comunitarios, entre otros, que permitían aliviar la carga, y compatibilizar el trabajo con el hogar, y los horarios escolares con los laborales. Este gobierno golpeó a las mujeres que son madres al desaparecer todas estas políticas, pero también las abandonó y les dejó a ellas la tristísima tarea de buscar a sus hijos desaparecidos. Las madres buscadoras no han tenido ni un guiño desde el púlpito presidencial que prodiga palabras y palabras todos los días, pero ninguna de empatía, de compromiso, con esta causa. Son ellas, las madres, las que han asumido esta difícil encomienda y demostrado que el país es una gigantesca fosa clandestina.
La estrategia de abrazos no balazos lejos de disminuir la violencia la ha incrementado, al grado de que muchas de estas mujeres han tenido que enterrar a sus hijos, al igual que lo tuvieron que hacer porque la pandemia de Covid se manejó de manera criminal, o porque los servicios de salud se han traducido en muerte y desolación. Las mujeres sólo cuentan como votos. No importan como sujetos de derechos, sino como clientelas. Y no hay nada más neoliberal y conservador que eso.