Esta frase la coreábamos acompañando a lo lejos a Rubén Blades justo en los años en que las dictaduras desaparecieron a miles de personas en aquel momento por razones políticas. Hoy se vuelve vigente ante la crisis humanitaria que representa que en nuestro país no se conozca el rastro de más de 125 mil hombres o mujeres. Es la pregunta que se hacen todos los días las madres y los familiares de esas personas que tenían un apellido, una vida, una familia. Podrán decir misa y querer desviar nuestra atención hacia la discusión semántica. Pero la realidad que brota de la tierra no la pueden ocultar. La leva, es decir el reclutamiento forzado, es un hecho en el México del siglo XXI, pero ahora a manos del crimen organizado. También lo es y hay que reconocerlo que muchos jóvenes encuentran en esas filas un futuro, una esperanza de porvenir, aunque sea efímera. Es la narcocultura que ha enriquecido a personajes que, como Epigmenio Ibarra, se dedicaron durante años a hacer apología de ello. Pero más allá de eso, lo único verdadero, lo que no nos pueden robar, es la certeza de que nos faltan (no sólo 43) sino miles que hoy por hoy no sabemos dónde están. Es cierto que no se le puede atribuir a los gobiernos este levantamiento como sucedía en las décadas de los sesenta o setenta. Pero no lo es menos que el Estado está obligado a protegernos y darnos seguridad y en eso ha fallado. Que el fenómeno venía de atrás es irrebatible. Pero se agudizó con creces con la política de “abrazos no balazos” que permitió que los cárteles de la droga se adueñaran de regiones enteras del país. Que hicieran de las suyas a diestra y siniestra, aun cuando como en Teuchitlán se estaba a una hora de la pujante capital tapatía. Pero no sólo es ahí. A lo largo y ancho del país se encuentran fosas constatando que en el sexenio de López Obrador es en el que se agudizó e incrementó significativamente esta situación. Y que en el actual el número sigue siendo alarmante pero también la indolencia, el desprecio, la fría y cruel decisión de minimizar esta violencia, de querernos vender como algo normal que los niños se vuelvan sicarios, que se hayan encontrado más de tres mil fosas, que en tiempo real observemos cómo obligan a los jóvenes a matarse entre sí, que las mujeres sobre todo si son jóvenes corren un riesgo enorme, que las madres a fuerza de picos y palas anden escarbando por doquier con la esperanza de encontrar un rastro, una huella del ser perdido para poderle rezar y llorar en paz.

Pero no es normal. El gobierno tiene que asumir que en esta materia se ha fracasado y que estos descubrimientos no hacen más que constatar que la violencia no ha disminuido. Que el horror es el viacrucis de la vida cotidiana de miles de familias que lo que menos esperan es que la Presidenta los reciba, los abrace, los acoja y los haga partícipes en la política para combatir este terrible fenómeno. Pero sólo se han encontrado con las puertas cerradas que algún día, no me cabe la menor duda, tarde o temprano, se tendrán que abrir. Mientras tanto a la pregunta de ¿dónde están? podemos responder con un poema de Benedetti: “están en algún sitio/concertados desconcertados/ sordos/ buscándose o buscándonos…”

Hasta encontrarlos.

Política mexicana y feminista

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