¿A dónde va nuestra democracia una vez alzado el velo de las elecciones del 2023? Todo indica que vamos rumbo a un pluralismo cada vez más estrecho en el que compiten estructuras territoriales y clientelas acarreadas por el oficialismo, versus los militantes en la oposición. El ganador en ese escenario es Morena, pues posee la maquinaria mejor financiada y un desdeño palpable por la ley y los contrapesos.
Solo Coahuila demostró ser el “garbanzo de a libra” que tiene la fórmula para hacer que esa maquinaria se descarrile. La ciudadanía, por su parte, empieza a ausentarse y su nivel de participación se reduce. En el Estado de México fue menor al 50%.
¿Por qué los ciudadanos se están quedando en casa? Al parecer, perciben los procesos como el optar entre un proyecto nacido en el 2018 que no ha cumplido con lo prometido o por lo restante de un régimen que ya no deseaban. Ante esas opciones, la ciudadanía se aísla.
A esto hay que sumar la estrategia ilegal de Morena de saturar los medios y las redes con encuestas declaradas legalmente falsas, para comunicar que la elección mexiquense ya estaba decidida a su favor y que la votación era un mero trámite. Esa desinformación contribuyó al desánimo de muchos votantes, sobre todo opositores.
La solución a esa perversa ecuación que desciudadaniza la democracia tiene que construirse desde los partidos políticos opositores que, por separado, no pueden resistir el embate autoritario. Para volver a interesar a los ciudadanos en las elecciones habrá que ciudadanizar los partidos opositores, no hay otra ruta práctica.
El gran obstáculo para hacerlo, más allá de sus lógicas internas, es la satanización de sus marcas. Los ciudadanos no tienen un incentivo claro para participar en partidos que, con furia, alguna vez hicieron a un lado. En el 2018 culminó un régimen y los partidos continuamos actuando como si esa elección hubiese sido una más. No hemos emprendido la necesaria tarea de renovación o, incluso, de refundación.
En lo que esa renovación de las marcas individuales ocurre, hay una marca colectiva que es posible posicionar en lo inmediato, la de una alianza seria que dé paso a un gobierno de coalición y un programa conjunto. Morena ya está repitiendo su fórmula: presentando su contienda interna como la única elección relevante, ya que “sus encuestas” los colocan en calidad de inalcanzables.
#VaPorMéxico necesita en el 24 ser algo más que la suma de marcas partidistas para convertirse en la principal insignia de una nueva alternativa. Una identidad que no sólo represente una opción opositora, sino otra visión en el modelo de gobierno; una que cese el mando de una sola persona para abrirle paso a una innovadora coalición gubernamental que desde hoy empiece a delinear decisiones de gobierno, leyes, obras de infraestructura y un gabinete con presencia ciudadana. Incluso, ir presentando lo que se hará desde el primer día del sexenio o un plan de acciones inmediatas para los primeros 50 o 100 días.
Sólo así la ciudadanía sentirá que está en juego algo real, y que, por tanto, sí existe razón para cambiar de rumbo. Sólo así se encenderá la imaginación, el entusiasmo y la emoción ciudadanas que al parecer estuvieron ausentes en el 2023.
Mientras nos quedemos en la suma de partidos opositores y en las piruetas para definir un método de selección—que, por cierto, deberá atrapar la atención del país—, no iremos muy lejos. Los ciudadanos exigen una nueva opción en la que quede claro qué proponemos, por dónde queremos que vaya el país y qué espacios y beneficios les garantizamos. Necesitamos responderle a México, con claridad, cuando nos pregunte: ¿Quo Vadis?