Los electores mexicanos han tomado una decisión que hay que respetar. La democracia imperfecta generó un resultado que está razonablemente libre de cuestionamientos politicos, sin embargo, el que la decisión de la mayoría sea clara y deba asumirse no significa que esa decisión haya sido la mejor o la deseable para el país. Esas son dos cosas totalmente diferentes.
La democracia asegura que en el largo plazo y en la acumulación de decisiones una sociedad tomará la mejor ruta, pero en ningún caso garantiza que cada decisión sea la idónea. La democracia es la mejor alternativa de sistema de gobierno no porque construya mayorías infalibles, sino porque permite rehacer la ruta, enmendar decisiones y corregir errores.
En ese marco, la prioridad para quienes creemos que México merece un mejor destino que las tendencias hegemónicas y el clientelismo de Morena es mantener a la democracia funcionando. Hay que hacerlo todo para que cuando la mayoría decida corregir el rumbo esa corrección sea posible. Tenemos que trabajar para que la democracia permanezca y las mayorías sean como deben ser siempre: impermanentes.
Urge estudiar mejor la historia para prever lo que vendrá después de ese tipo de decisiones por parte de la mayoría. Las respuestas ya existen en el pasado nacional y en experiencias internacionales aplicables. Hoy como nunca escudriñar el pasado será la mejor inversión para prepararnos para el futuro.
Yo postulo que Morena —por su forma de ejercer el poder en México hoy— es el más complejo, sofisticado y ágil “ogro filantrópico” que ha existido en la historia nacional y sobre esa línea de realidad se construirán los futuros escenarios en los que la democracia abrirá o negará oportunidades. En ese rumbo estará la persistencia o la decadencia democrática de las instituciones nacionales.
También creo que, por razones demográficas, de saturación mediática estructural y también de desarrollo de la cultura cívica nacional, el país está olvidando su historia y, por tanto, se está condenando a repetirla de alguna forma parcial o total. Caminamos hacia escenarios que no son felices ni llenos de libertades, pero que de alguna forma ya conocemos y hemos descifrado en el pasado.
De esa forma quienes creemos en las libertades cívicas plenas, en el derecho a las aspiraciones individuales, en la ciudadanización de la política, en gobiernos que rindan cuentas, en democracias de equilibrios entre poderes, no debemos creer que hemos sufrido una derrota de principios y que lo que sigue es alinearnos, subordinarnos, admitir que nos equivocamos o llanamente “chapulinear”.
No, esta mayoría es impermanete y si la historia nos ha enseñado alguna lección será también una mayoría insostenible en unos cuantos años. Lo esencial -y lo reitero- es trabajar para que cuando los ciudadanos recapaciten y enfrenten la realidad del ogro que han convocado tengan la capacidad de corregir. La tarea es mantener la democracia viva.
No se llega a la verdad por mayoría de votos. Mayorías enormes creyeron que la tierra era plana, que el racismo constituía un acierto, que las mujeres no merecían el voto, que la república de Weimar debía caer. Los votos no construyen la verdad, sino realidades políticas que eventualmente serán llamadas a cuentas, la democracia es un camino sinuoso, pero al final virtuoso porque permite cambiar de opinión y aprender. Hagamos todo para que las duras lecciones que vienen puedan rendir los frutos que el país verdaderamente necesitará en el futuro. Empecemos.