Morena opera en el terreno de la profecía. Su comunicación es propaganda construida en torno a una realidad virtual que asegura algún día llegará por pura fuerza de la fe y la obediencia ideológica.
El sistema de salud mexicano será como el de Dinamarca, se profetiza y millones lo creen. Las refinerías algún día funcionarán, eso dicen los sagrados libros publicados. El Aeropuerto en Santa Lucía será el nuevo centro logístico de América Latina y la voz de los profetas institucionales bastan para estar ciertos sobre el tema. Se profetiza que los abrazos acabarán con los balazos y ese simple mensaje tiene más fuerza que la sangre y el plomo de estos días.
La realidad no importa, los datos efectivos menos, la verdad es algo que se reinventa desde una conferencia de prensa. El “milagro” de los apoyos económicos en el presente hace tragable cualquier profecía inverosímil para el mañana.
Si nos dejamos envolver por ese escenario y narrativa, no hay mucho por hacer. No se puede hacer ver si no se presenta un contraste homogéneo en la misma balanza del apoyo directo. Todavía hay tiempo de despertar y cambiar las cosas y los votos, pero hay que ponerle cifras y fechas al asunto. ¿Cuánto puede la democracia mexicana —con toda transparencia— poner en los bolsillos de sus ciudadanos para dejar claro que hay mejores caminos?
Por ejemplo, empecemos por dar (o mejor dicho regresar) a cada familia mexicana 50 mil pesos en efectivo en mensualidades fijas a lo largo del próximo gobierno, a cambio de abandonar la aventura de Pemex en su modelo actual de acumulación de pérdidas subsidiadas con el presupuesto público. Porque 50 mil pesos por familia es lo que ha costado al país la política de Morena en Petróleos Mexicanos.
Pongamos monto y fecha para repartir entre los habitantes del Sureste el subsidio que requerirá el Tren Maya para operar en las próximas décadas, para que reciban como beneficio directo el costo y sobre costos de construcción. Pongamos monto y fecha para que los habitantes de Tabasco reciban en sus cuentas el sobregiro presupuestal de Dos Bocas y el despilfarro de sus ineficiencias. Que cada mexicano que vuele reciba un descuento directo sobre el precio de su boleto por los impuestos de viaje que está pagando por la decisión de cancelar el aeropuerto en Texcoco.
Que cada hogar reciba un depósito mensual por los sobreprecios en los que CFE incurre y los derroches de una política eléctrica de vuelta al monopolio estatal. Que a cada familia se le dé un vale por medicinas por un monto equivalente a lo que han costado las ineficiencias en compra de medicamentos y la “farmaciota”. Que cada estudiante reciba en efectivo la parte que le corresponda por las universidades del bienestar que nunca se construyeron en su comunidad. Y los ejemplos podrían seguir por decenas de párrafos y ocurrencias.
Urge hacer ver a la mayoría de los electores el costo de los caminos errados de Morena, y la única forma de hacerlo es traducir ese costo en un beneficio directo que les llegue y que les toque a los ciudadanos. Así no sería dinero destruido en el abstracto de los análisis técnicos, sino ingreso concreto que han dejado de recibir.
Si queremos vencer a un gobierno que paga por creer sus profecías, debemos dejar muy claro que el costo de la política de los “otros datos” es gigantesco y se puede contar y sentir. Traduzcamos los costos del populismo en beneficios entregables por una democracia robusta, con una economía eficiente y bien encaminada, y veremos a la pluralidad salvarse a sí misma.