Tomó 24 años y 4 elecciones presidenciales para que el PRI asumiera la tarea que desde el año 2000 era indispensable en su condición de partido sucesor e iniciar con ello su refundación para tener una nueva razón de existencia política. El pasado 7 de julio la dirigencia nacional con significativa audacia política comenzó la tarea en condiciones que uno difícilmente podría imaginar más desafiantes.

Sí, el PRI es un partido sucesor; esto es, un partido político que nació de un régimen, fue parte instrumental del mismo y que en un proceso de alternancia democrática perdió el poder y - para no dejar de existir junto con el sistema político que lo creó- debe reinventarse totalmente. Es decir, el PRI debe convertirse en su propio sucesor mediante una profunda reforma y reorganización interna.

El 2000 hubiese parecido el momento ideal para iniciar las reformas de un partido sucesor, pero la falta de visión y convicción hicieron que debiera pasar casi un cuarto de siglo para que lo lógico y obvio se convirtiesen en temas inevitables y de vida o muerte política.

No es fácil la tarea, se requiere inteligencia, audacia y valor para hacerlo, pues lo primero que un partido político como el PRI, en su condición de partido sucesor debe hacer, es revisar su denominación e ideología política, reorientar sus finanzas y revisar a fondo su estructura militante. Todas son medidas complicadas, controversiales y que arriesgan debilitar aún más a un partido si no se hacen con mano firme y sin titubeos, porque es ineludible hacerlo.

Por eso se necesita certeza en el liderazgo.

Alejandro Moreno Cárdenas ha puesto el dedo en la llaga, una que nadie se había atrevido a tocar con seriedad, porque se pensaba que al PRI le bastaban cambios superficiales sin entender que el partido de Estado se había quedado sin el Estado que lo hacía posible y que nos encontramos en territorios inusitados.

Al PRI ya no le alcanzan ni la marca ni conceptos tan tricolores como la unidad. El nuevo partido sucesor deberá ser una fuerza cohesiva, no simplemente unida por conveniencias y sin coincidencias de fondo bajo un paraguas donde cabía todo, porque no se defendía claramente nada.

Hoy esa unidad ya no sirve, ni nos debe interesar, porque el PRI deberá asumir una ideología en serio, un programa político sustantivo y definir claramente qué es y qué no es, para tener muy claro quiénes siguen a bordo de este barco y hacia dónde se navega, porque eso es lo que exige la democracia y aún más la defensa de la democracia contra el populismo de aspiraciones hegemónicas.

Al PRI le llegó su tiempo de reforma y puesta al día con la democracia que ayudó a fundar. Como les ha pasado a muchas organizaciones políticas en otras latitudes, el PRI debe convertirse en un partido político en toda la amplitud de la palabra. Es una tarea complejísima, sobre todo cuando es obvio que desmantelar al PRI es una intención de quienes hoy ejercen el poder público y planean perpetuarse en el mismo: se buscará silenciar los éxitos de la reforma y amplificar sus dificultades.

Para eso se necesita certeza en el liderazgo nacional y en los territoriales. Alejandro Moreno no es perfecto —como nadie lo es— pero tiene la inteligencia, la audacia y el valor probados para encaminar una tarea monumental que no será ni agradable ni cómoda, pero hay que hacerla, porque a esta generación le corresponde demostrar que la identidad priista es algo más que una inercia o una costumbre sin contenidos reales.

A 95 años de su fundación y a 24 años de la alternancia política, al PRI le toca convertirse en un partido político de forma efectiva. Manos a la obra.

Secretario de Acción Electoral del CEN del PRI

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