Conforme la vacunación avanza, principalmente en los países con mayores recursos, los viajes en alguna medida se han restablecido. No obstante, el turismo internacional continúa severamente deprimido y aún muy lejos de los niveles presentados en 2019. Existen muy contadas excepciones en mercados que han podido reponer los viajes de placer o de negocios. Quizás los Estados Unidos y una parte Europa, con reglas y algunos semáforos algo contradictorios, han dado los primeros pasos para reiniciar el flujo de viajeros, aunque se excluyen o incluyen países sin mucho sentido. Lo mismo sucede con destinos receptores que, sin considerar a nuestro país, que ha mantenido una política de viaje laissez-faire, han instrumentado procesos asimétricos y cambiantes para reabrir las fronteras.
En los Estados Unidos, familias, amigos y parejas, vacunados o no y con la variante Delta dominando el número de contagios, han retomado el derecho del esparcimiento con sus vacaciones durante el verano. El panorama, sin embargo, está muy alejado de brindar condiciones de equidad entre países y segmentos de la población. Las reservaciones futuras y búsquedas de destinos internacionales presentan importantes diferencias que reflejan el interés y la capacidad que existe entre los viajeros, motivados por la percepción de seguridad que brindan las vacunas.
Ha sido ampliamente comentado el fenómeno de demanda contenida en los Estados Unidos durante el verano, en donde los aeropuertos con rutas domésticas y algunas internacionales seleccionadas han vuelto a niveles de ocupación anteriores o incluso superiores. En gran medida, los estadounidenses han viajado a donde se les ha permitido. Únicamente están abiertos para ellos 6 países, además de México: República Dominicana, Costa Rica, Albania, Colombia, Ecuador y Bélgica; 151 tienen alguna restricción y 68 más están completamente cerrados. Es seguro que, a menos de que surja alguna variante que no sea cubierta por las vacunas aprobadas, los viajeros de ese país continuarán con patrones de viaje más ajustados a la estacionalidad tradicional hacia el otoño e invierno.
Existen otros ejemplos, como Canadá, que se encuentran en el punto de reiniciar y permitir los viajes internacionales, tanto de sus ciudadanos como de visitantes, si comprueban que han sido inmunizados con las vacunas aprobadas y cumplen con otros requisitos. Pero nada asegura que las disposiciones sean ajustadas más adelante, conforme el movimiento de personas aumente y genere, por obvias razones, un incremento en los casos de Covid-19.
Es indudable que el virus no desaparecerá y la única manera de mantener condiciones de movilidad internacional es a través de una correcta y sincronizada gestión de protocolos, pruebas y vacunación. Desafortunadamente, no existe una coordinación entre países ni entre organismos multilaterales para unificar los procesos, aun cuando la tecnología podría permitir esfuerzos homogéneos. Por increíble que parezca, cada gobierno continúa tomando decisiones unilaterales, afectando tanto a sus ciudadanos como a las empresas de manera global. Ni siquiera existe la intención o liderazgo para encontrar una solución que beneficie, de manera general, no solo a la industria turística, sino a la calidad de vida de las personas.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, en la Declaración Universal de Derechos Humanos, se incluyó en el artículo 13 el libre tránsito de personas. Desde entonces, las libertades civiles han ido avanzando en su mayoría, con algunas excepciones. Sin embargo, nos encontramos hoy en una encrucijada difícil de concebir hace un par de años: no existe el libre tránsito de personas a través de las fronteras o dentro de los países, un derecho que se pensaba que el mundo moderno otorgaba a las naciones y a las personas libres. Es indudable que los viajes regresarán, incluso con mayor intensidad, y se consolidará la industria turística como un catalizador de beneficios a las sociedades. Mientras tanto, desafortunadamente, hoy somos testigos de un mundo menos libre.