A un año de que la Organización Mundial de Salud declaró pandemia mundial a Covid-19, por la rápida propagación del virus, el turismo pasa, sin lugar a duda, el período más difícil de su historia. El flujo de viajeros ha disminuido a tasas nunca antes vistas; una industria que generaba en 2019 el 10% de PIB y 320 millones de empleos a nivel mundial (FMI), continúa buscando fórmulas para no morir. Algunos países, tanto en economías desarrolladas como emergentes, se han enfocado en otorgar incentivos fiscales, monetarios, líneas de crédito, seguros de desempleo, entre otros esquemas, para mantener a flote a las empresas y a los empleados del sector. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, la incertidumbre sobre la recuperación continúan y el panorama sigue siendo difícil de predecir.
Existe todavía la impresión de que la movilidad de personas tanto dentro del país como hacia el extranjero no sólo es el vehículo, sino la quae causa de la propagación del virus, y que la única manera de contenerlo es cerrando a piedra y lodo las fronteras. Los contadísimos ejemplos de que esta fórmula efectivamente funciona muestran que una combinación de disciplina social y buenas prácticas de políticas públicas son más eficientes para tener un manejo responsable de la pandemia.
Las reservaciones adelantadas revelan que el avance en las campañas de vacunación está directamente relacionado con la decisión de viaje, sobre todo en viajeros asiduos que no han podido o querido salir. Conforme son vacunados y el riesgo de contagiarse disminuye, optan por confirmar una transacción en los siguientes meses. También hay segmentos del mercado que nunca han dejado ni dejarán de viajar, sin importar las condiciones. No obstante, las sociedades modernas se han beneficiado del turismo precisamente porque cualquiera, con recursos mínimos, puede hacerlo. El hecho de que una parte de la población decida no vacunarse, y de que haya un acceso asimétrico entre los países, hará que la recuperación no sea en línea recta. Habrá ganadores y perdedores tanto en destinos como en empresas y profesionales; algunos nichos de mercado tendrán mayor demanda (actividades al aire libre, destinos no masificados, trabajo remoto, entre otros), pero la facturación no será igual ni con el mismo gasto per capita; esta situación, irremediablemente, afectará las cadenas de valor que se habían construido y que tenían un impacto transversal en la economía.
Quizá aún más importante serán los efectos que se sentirán en términos de desarrollo y mejoramiento de la calidad de vida. El turismo ha jugado un papel clave en la disminución de la pobreza. Existen regiones en donde su principal vocación económica es meramente el turismo, y en donde es difícil compensar las condiciones con otras industrias. Adicionalmente, al no recuperarse los empleos en el corto plazo por falta de demanda, el riesgo de problemas sociales y violencia se incrementa, así también los desequilibrios ambientales. Pensar que de manera espontánea todo volverá a su curso no es solo es ingenuo, sino que implica una falta de responsabilidad de las autoridades y líderes. Se necesitarán políticas públicas innovadoras, visión de asociaciones y cámaras empresariales, trabajo conjunto de todos los actores, solidaridad y apoyos a la comunidad. No habrá balas de plata sino un proceso de reaprendizaje con imaginación.