A pocas personas les gusta crecer y desarrollarse lejos de su familia, de su patria, de los lugares que les formaron identidad. Más si migraron por la falta de oportunidades para tener los satisfactores y darle una vida plena a su familia.

En Estados Unidos viven 38.5 millones de mexicanos; 12.3 nacieron en México y 26.2 son de segunda y tercera generación. Cifras impresionantes, sobre todo considerando que en el país del norte hay grupos extremistas que han sido alentados por un presidente que, al margen del equilibrio de poderes, mantiene ofensivas diarias contra la migración. Del total de nuestros compatriotas, solamente el 32.8% de ellos, 12.6 millones, cuenta con ciudadanía; y una quinta parte de ellos emigró entre los años de 2006 y 2016 ¿Por qué sucedió esto, por qué nuestro país expulsó a nuestros ciudadanos y los obligó a buscar mejores oportunidades?

En Estados Unidos, el promedio de horas de trabajo de los migrantes mexicanos es de entre 35 y 44 horas por semana y los salarios que percibió el 44% de ellos fue menor a los 30 mil dólares anuales (576 semanales).

El odio es un sentimiento irracional derivado del miedo a lo que desconocemos, a lo que creemos pone en riesgo nuestra vida, nuestra existencia o lo que nos rodea.

El odio se expresa en acciones. En agosto de 2015, dos hombres, en Boston, golpearon a un mexicano mientras repetían “Donald Trump está en lo correcto. Todos los ilegales deben ser deportados”; en julio de 2018, un adulto de 92 años recibió una golpiza por dos mujeres que le gritaron “Vuélvete a México. Aquí sólo vienes para hacer cosas malas”; en febrero de este año, otro mexicano fue agredido por hablar en español, cuando una mujer que le gritó “¡Váyase a la ch… de mi país”.

Ninguna civilización está libre del odio. El racismo es un sentimiento que ha permeado a nuestra civilización. A veces es evidente, a veces está oculto y se expresa de forma que no lo podemos notar. Basta mirar las tendencias de muchos medios de comunicación donde las personas de color o piel morena no son bien vistos.

En México, el odio se expresa al rechazar que quienes están fuera de las élites tradicionales gobiernen, tengan cargos de elección popular. Hay una tendencia para reproducir la idea de que solamente un perfil de personas puede ser exitosa. Hoy, muchas voces se levantan y se conmueven, momentáneamente, por el dolor de la matanza en Estados Unidos, mañana se les olvidará y discriminarán a sus propios connacionales. Hay que ver la paja, pero también nuestra viga.

No hay que ir muy lejos para ver el clima de odio en el que vivimos. Antes de la reflexión, antes del análisis, ya juzgamos y culpamos a lo que tememos. Miremos las redes sociales donde —desde todas las posiciones— el odio se acrecienta.

Sí, el presidente Donald Trump usa un discurso de odio contra los migrantes porque es un capital político que debe explotar. Sabe que hay grupos que asumen esa premisa y le puede aportar votos.

Hay noticias que pasan de noche para algunos medios. En la Cámara de Diputados, fue aprobada una reforma al apartado C del Artículo 2 de la CPEUM para reconocer “…a los pueblos y comunidades afromexicanas, cualquiera que sea su autodeterminación como parte de la composición pluricultural de la Nación”. Podemos rebasar los límites del odio y podemos tener normas y políticas públicas que respeten lo diferente a nosotros. Sería un ejercicio que en Estados Unidos deberían entender. Sería bueno que alguien le diga a Donald Trump que no son tan avanzados cómo él cree.



Diputada. Presidenta de la Comisión de Gobernación y Población.
@Rocio_BarreraB

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