En política las casualidades no existen, son excusas de misteriosas acciones de manipulación y formas subterráneas de provocar efectos en la búsqueda del poder. La aprehensión del general Cienfuegos , a unas cuantas semanas de la elección presidencial de los Estados Unidos, no escapa a este razonamiento y buscó, sin conseguirlo, detonar escándalo y conflicto entre gobiernos. A toda acción corresponde una reacción; aquí no se dio, prevaleció la prudencia y se optó por la paciencia al esperar el desenlace de la tramoya montada para el espectáculo.
El asunto era delicado para el gobierno. La acusación de la Fiscalía de los Estados Unidos, de sus jueces y la DEA, le daba credibilidad y una especie de patente de corso. La opinión pública la consideraba realidad. Una investigación de años suponía un trabajo con sustento jurídico y evidencias claras para llevar a juicio a un exsecretario de la Defensa Nacional de México.
El escándalo mediático tuvo repercusiones nacionales e internacionales. México en el banquillo de los acusados, sin duda, un golpe bajo del vecino. Inexplicable. Exhibe al gobierno como ligado al narcotráfico, desprestigia al Ejército Mexicano, atenta contra la soberanía nacional y es una auténtica falta de consideración a elementales normas de amistad y convivencia en el trabajo conjunto de los grupos de policías de ambos países para el combate a la delincuencia.
Los analistas dieron por hecho la veracidad del hallazgo y trabajaron la noticia, sin reparar en mayores conjeturas. Por supuesto, se esperaba una caza de más exfuncionarios del gobierno mexicano. De pronto, en un hecho insólito, el fiscal norteamericano se desistió de los cargos y acusaciones. La apuesta era que el acusado iba a ser exonerado y vendría desprestigio para el país: corrupción, más de lo mismo, impunidad, complicidad y otros calificativos más. Esta reacción era la esperada.
En efecto. Las predicciones se cumplieron: la Fiscalía mexicana exoneró al general Cienfuegos, no encontró elementos sólidos para fincarle proceso penal. De inmediato, la tormenta de críticas y el alud de cuestionamientos demoledores se hicieron presentes.
Lo que consideramos en principio como un obsequio envenenado se convirtió en la cereza de un pastel generoso para el gobierno mexicano. El expediente de marras no tenía sustento jurídico; sólo papelería y videos insulsos francamente irrelevantes, según la Fiscalía.
La respuesta del Ejecutivo federal no se hizo esperar. En la conferencia mañanera anunció la publicación del expediente de la DEA y lo calificó, avalando a la Fiscalía, como sin valor probatorio ni sustento jurídico. Incluso habló de fabricación de delitos y deslizó la sospecha de una supuesta manipulación política.
El acto reflejo del presidente puso en entredicho la seriedad, el profesionalismo y la ética de la justicia americana. Todo el expediente es público y hasta ahora, acompañado de un silencio sospechoso, no se han encontrado elementos para rebatirlo y de afirmar lo contrario el único reclamo es que se violó la confidencialidad.
La cuestión rebasa el problema de la exoneración. El asunto es mayor y más delicado, el análisis debe ser de fondo, el tema no es si se violaron confidencias y secrecías. Lo verdaderamente delicado es que se recibió papelería sin contenido ni pruebas y esto es inaceptable. Se supone que con estos elementos se iba a juzgar en Estados Unidos al general Cienfuegos. Esta presunción es grave, entonces podemos pensar y dudar de la solidez de los expedientes penales de los otros exfuncionarios mexicanos que están sometidos a juicio en el país vecino.
Este lamentable acontecimiento ha propiciado el inicio de cambios en la relación de ambos países. El gobierno mexicano aprovechó el viaje y reformó la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública con lo que, a partir de ahora, tiene mayor control sobre los elementos policiacos de las agencias internacionales. Hacer público el expediente cambió el tono y el trato en el dialogo bilateral. En principio, se modifican las prioridades; ahora se busca una cooperación para el desarrollo, en lugar de una visión militar en el combate a la delincuencia.
Reiteramos: en política las casualidades no existen. Ni en el ofrecimiento de asilo para Julian Assange ni en la llamada y la invitación a Putin.