Por Daniela Aguirre Guerrero daguirre@cua.uam.mx

Red de Investigación e Intervención Educativa – UAM Cuajimalpa

La colaboración científica parece, a simple vista, una práctica neutral: personas que comparten saberes, escriben artículos y construyen conocimiento. Pero, ¿qué pasa si miramos con más detalle cómo se forman estas alianzas? ¿Podría una red de colaboración revelar no sólo con quiénes investiga alguien, sino también en qué tipo de institución trabaja, cuál es su disciplina o cuál es su género? Pensar las redes de colaboración como firmas institucionales nos permite ir más allá de los indicadores tradicionales de evaluación, como el número de artículos publicados o las citas obtenidas.

Estas preguntas nos planteamos en un análisis reciente sobre las redes de colaboración científica del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII). A partir de casi tres millones de publicaciones científicas, encontramos que las redes de colaboración funcionan como firmas institucionales, tan distintivas como una huella digital.

¿Qué es una red de colaboración? Una red de colaboración es un dibujo de puntos y líneas. Cada punto es una persona, y cada línea une a dos personas que colaboraron en un artículo científico. Estas redes permiten ver quién colabora con quién, qué tan bien conectada está cada persona, si sus vínculos abarcan distintos equipos o se concentran en un grupo reducido, cómo se construyen las jerarquías, etc. A partir de esta información es posible seguir la huella de las alianzas entre investigadores y penetrar en cómo se construye realmente la ciencia, cómo el contexto institucional influye en quiénes ocupan posiciones centrales y quiénes quedan en los márgenes.

Interpretamos estas redes como expresiones culturales y relacionales a la vez; considerando que nuestras decisiones no son del todo individuales, sino que se forman dentro de un marco compuesto por normas y por el grado de pertenencia a una institución. Desde esta perspectiva, las redes de colaboración científica pueden entenderse como una especie de “firma institucional”: cada persona deja un rastro único en función de su contexto académico. La utilización de herramientas computacionales como apoyo al análisis sociológico, nos permitió desarrollar un modelo computacional en el que, analizando únicamente la forma de la red de colaboración de una persona, se puede predecir su género, en qué institución trabaja y a qué disciplina pertenece.

Detectamos que las investigadoras tienden a formar redes más densas y cohesionadas, en las que sus coautores también colaboran entre sí. En cambio, los investigadores varones tienden a construir redes más amplias, pero fragmentadas. También identificamos diferencias según la disciplina: en Ciencias de la Salud —donde hay mayor presencia femenina—, las redes tienden a ser más abiertas y diversas; mientras que áreas como Ingeniería o Economía —dominadas por hombres— presentan estructuras más cerradas y jerárquicas.

La afiliación institucional también deja huella en las redes de colaboración. Las universidades federales y los centros de investigación nacionales, que cuentan con mayores recursos y reconocimiento, favorecen la formación de redes más diversas y conectadas. Por el contrario, las instituciones estatales o aquellas con menor presencia en el SNII tienden a generar redes más fragmentadas y con menor cohesión interna.

Las redes no son neutras: reflejan cómo se distribuyen el poder, el conocimiento y la visibilidad dentro del sistema científico. Entenderlas es un paso necesario para el desarrollo y evaluación de políticas institucionales y federales que busquen transformar estas estructuras y avanzar hacia una ciencia más equitativa.

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