Además de la tragedia que trae consigo cualquier pandemia, el COVID-19 ha causado estragos en la economía global. El desplome en la demanda de petróleo -a lo que el Fondo Monetario Internacional ha llamado el “Gran Confinamiento”- ha llevado los precios petroleros a mínimos históricos y podría marcar un parteaguas para la industria a nivel global. Para muchos países, incluyendo el nuestro, la doble crisis sanitaria y económica les forzará a verse en el espejo.
En el marco de este escenario petrolero internacional, México tomó un breve papel protagónico en el marco de las reuniones del grupo OPEP+, del 9 al 12 de abril. El objetivo común era reducir colectivamente los niveles globales de producción en 10 millones de barriles diarios, comenzando en mayo, a fin de contener el declive en los precios. Después de un claro jaloneo diplomático entre Arabia Saudita y México, este último accedió a contribuir, pero con un recorte menor al que en principio le correspondía como miembro del grupo. El gobierno de Estados Unidos accedió a absorber gran parte de la contribución correspondiente.
Aunque la postura de México, defendida por la secretaria de Energía Rocío Nahle, fue celebrada por miembros y simpatizantes de la coalición gobernante, marca un precedente en nuestra diplomática reciente. En esta ocasión, México fue el único país que detuvo el avance de las negociaciones durante casi dos días, a pesar de que uno de los requisitos previsibles de participar en las reuniones era presentar una contribución individual para reducir la producción de petróleo. Esto fue muy distinto a lo que sucedió en una coyuntura similar en 1998, cuando México, Venezuela y Arabia Saudita fueron los convocantes a la coordinación internacional frente a un descenso en la demanda mundial, empujado por la crisis asiática, y un fuerte declive de precios petroleros.
Por otro lado, es notable el papel que desempeñó Estados Unidos en la negociación final entre México y Arabia Saudita a fin de conciliar ambas posturas: para cubrir la contribución que se nos solicitaba, nuestro vecino del norte aportaría un recorte de 250 mil barriles diarios y México aportaría sólo 100 mil. Durante la mayor parte del siglo XX, el gran logro de México en política exterior consistió en utilizar una amplia gama de herramientas diplomáticas para aumentar el grado de “independencia relativa” frente a EUA. Fundamentalmente, se buscaba ampliar el margen de maniobra del Estado mexicano para establecer sus propias políticas al interior y reducir la intervención de Estados Unidos. Al parecer, el episodio reciente de México en OPEP+ se aparta de esta lógica. En este caso, ciertos compromisos políticos del gobierno actual -como la meta simbólica de aumentar la producción de petróleo cueste lo que cueste- justifican adquirir deudas con Estados Unidos y debilitar nuestra posición en la relación bilateral, particularmente, con una administración en la Casa Blanca que tiene una visión transaccional de las relaciones diplomáticas.
Más allá del ámbito diplomático, la turbulencia actual en los mercados petroleros debe forzosamente obligarnos a reevaluar la estrategia actual de desarrollo en el corto y largo plazo. Por primera vez en la historia, observamos precios negativos en los mercados petroleros (37.63 dólares por barril para el crudo West Texas Intermediate al 20 de abril). Es cierto que esta cifra obedece a variables de corto plazo: representa el valor de los contratos de futuros para el mes de mayo frente a una coyuntura muy específica donde los productores en Norteamérica pagan a otros actores del mercado para tomar barriles de crudo frente a una escasa capacidad de almacenamiento. Sin embargo, las proyecciones de la Agencia Internacional de Energía muestran que, en el escenario más optimista, la demanda comenzará a recuperarse hasta finales de año. Con un mercado interno débil y un grave deterioro en la inversión de las empresas nacionales, es necesario replantear la pertinencia de haber colocado las esperanzas de crecimiento en un aumento de la producción de Pemex y el esperado derrame económico de la refinería en Dos Bocas.
Adoptando una visión de largo plazo, México tiene la oportunidad de tomar el camino correcto hacia un modelo energético que asegure prosperidad y verdadero bienestar para generaciones presentes y futuras. Desde el declive progresivo en los precios de petróleo que comenzó en 2014, países petroleros y empresas energéticas han comenzado a prepararse para un futuro sin combustibles fósiles. Precisamente, la esencia de la transición energética tiene que ver con elaborar planes para diversificar matrices energéticas y portafolios de inversión en proyectos de energías limpias, con beneficios claros de corto y largo plazo. Quizá aun no es tarde para que México opte por lo que sería una verdadera transformación.
@Ric_SmithN
Licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Asesor en Desarrollo Sustentable y Temas Globales en la Fundación Desarrollo Humano Sustentable (FDHS). Es asociado Joven del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi) y es colaborador en asuntos internacionales para ADN noticias, Foro TV y el podcast Política 101, de Inkoo.mx.