En 2024 se cumplen 109 años del Genocidio Armenio, cuyo inicio se conmemora el 24 de abril, día de la gran redada de 1915 contra los intelectuales armenios en Constantinopla. Aquel día, las autoridades otomanas detuvieron a la mayor parte de la inteligencia armenia de la capital del Imperio (escritores, poetas, periodistas, políticos, músicos). Fue el paso previo a su traslado a cárceles o a lugares alejados de la ciudad, donde les darían muerte. Se trataba de acabar con el grupo social que venía sosteniendo la conciencia nacional armenia desde hacía décadas. La respuesta del Imperio Otomano a las aspiraciones culturales y políticas de los armenios del Imperio fue el exterminio. La redada de 1915, ordenada por el gobierno del Comité de Unión y Progreso -los llamados Jóvenes Turcos- era el pistoletazo de salida de la última etapa de la destrucción.
En efecto, el Genocidio Armenio tuvo como precedente las Matanzas Hamidianas (1894-1896) y las matanzas de Adaná y el resto de Cilicia (1909). Al surgimiento de partidos políticos armenios y a la reivindicación de ciertas libertades e igualdad dentro del imperio, las autoridades otomanas respondieron tratando de erradicar la presencia armenia de sus territorios históricos. La entrada del Imperio Otomano en la Gran Guerra (1914-1918) brindó la oportunidad de destruir la vida armenia. Ya desde el comienzo del conflicto se desarmó a los soldados armenios enrolados en el ejército y se los encerró o mató acusados de desafección y de ser quintacolumnistas del Imperio Ruso, donde los armenios no sólo no sufrían persecución, sino que gozaban de libertad y veían florecer su cultura.
Las detenciones de intelectuales fueron acompañadas de un marco jurídico que, so pretexto de proteger a la población civil trasladándola desde sus lugares de residencia a las provincias alejadas del frente, legitimaba la confiscación de sus bienes y las deportaciones forzosas. Las provincias armenias del imperio - Van, Erzurum, Mamuret-ul-Aziz, Bitlis, Diyarbekir y Sivás- no estaban próximas al teatro de operaciones militares. La supuesta protección era el pretexto para las marchas forzadas a pie por los desiertos de Siria. Privados de agua y alimentos, hostigados por tropas irregulares y expuestos a las inclemencias del tiempo, estas marchas presagiarían las Marchas de la Muerte empleadas por los nazis para acabar con los judíos al final de la II Guerra Mundial. No faltaron ni los matrimonios forzosos ni los casos de sumisión a la esclavitud de mujeres y niñas.
Tampoco faltaron episodios de verdadero heroísmo de la resistencia armenia. Allí donde pudieron combatir, los armenios se defendieron con valor. Es famoso el caso de la defensa del Musa Dagh, en la provincia otomana de Alepo, en la actual Turquía, donde cerca de 600 combatientes armenios y unos 3 000 civiles resistieron, durante 53 días entre julio y septiembre de 1915, a los otomanos, que desplegaron unos 4 000 soldados regulares y unos 15 000 irregulares. El episodio se hizo famoso gracias a la novela “Los cuarenta días del Musa Dagh” del escritor austriaco Franz Werfel.
El Genocidio Armenio se perpetró ante los ojos del mundo. Fueron testigos de las matanzas, las deportaciones, las confiscaciones y los demás crímenes cometidos contra los armenios diplomáticos, militares extranjeros al servicio del Imperio Otomano, misioneros y periodistas. Por ejemplo, a lo largo del verano de 1915, Jesse B. Jackson (1871-1947), cónsul de los Estados Unidos en Alepo, escribía al embajador Morgenthau (1856-1946): «La deportación de los armenios de sus hogares por parte de las autoridades turcas continúa con un plan constante y perfecto imposible de concebir en quienes directamente lo ejecutan tal como se puede ver en las tablas de “Movimiento en ferrocarril” adjuntas, que muestran que el número [de personas] que llegan en tren desde las estaciones del interior hasta el 31 de agosto incluido asciende a 32,751. Además, se estima que otros 100,000 han llegado a pie».
En Armenia Oriental, la resistencia logró detener el avance de los otomanos y salvar un territorio que sería el germen de la República Democrática de Armenia (1918-1920). En la parte occidental del Imperio Otomano, incluidas las provincias históricas, la vida armenia desapareció casi por completo. El incendio, en 1922, de la ciudad de Esmirna, cuyos barrios armenios y griego fueron pasto de las llamas a manos de las tropas otomanas, marca el final de la destrucción de los armenios del imperio.
Sin embargo, a pesar de la abrumadora existencia de pruebas del exterminio, en general sus autores recibieron castigos simbólicos o, directamente, resultaron impunes. El juego de fuerzas posterior a la Gran Guerra y el final del Imperio Otomano, con la posterior proclamación de la República de Turquía, frustraron los intentos de que se hiciese justicia. Haciendo mayor el agravio, sobre el Genocidio Armenio recayó un manto de silencio que sólo se rompía en las comunidades armenias.
El Genocidio Armenio anticipa, de algún modo, el horror que acompañará a los totalitarismos a lo largo del siglo XX. Como señala Carlos Antaramián en su artículo “Esbozo histórico del Genocidio Armenio”, “El exterminio planificado y ejecutado en los desfiladeros de Anatolia y los desiertos colindantes con Siria, entre 1915 y 1918, tuvo una técnica específica de premeditación y planificación parecida a la realizada por el gobierno nazi contra los judíos de Europa Central”. Aquí encontramos, en efecto, el uso del aparato del Estado al servicio del propósito genocida (por ejemplo, la normativa administrativa y la práctica policial), el empleo de los ferrocarriles para el traslado de deportados, la clasificación e identificación de aquellos que han de ser detenidos y asesinados, etc.
Entre 800,000 y 1’200,000 armenios murieron asesinados a manos de los otomanos durante el genocidio. Si sumamos las víctimas de las matanzas anteriores, tendremos las cifras de la destrucción de un pueblo en las tierras que lo vieron nacer. Los intentos de borrar su recuerdo -destrucción o resignificación de lugares, eliminación de testimonios, reescritura de la historia- agravan la atrocidad del crimen.
[1] Profesor de Historia del Mundo Actual en la Universidad CEU-San Pablo (Madrid, España). Autor del libro “El Genocidio Armenio” (Última Línea, Málaga, 2022).