Inevitable el símil con aquella película icónica del barco pesquero y su batalladora tripulación. Comandados por su capitán (Clooney) todos se apresuran fascinados al encuentro de su destino sin retorno: el centro de una tormenta como nunca antes han visto; de la que no hay escape alguno. En una palabra, perfecta.
Al igual que millones de mexicanos, esa misma sensación tengo sobre el momento actual. Como si el país navegase por las nieblas de la incertidumbre y se dirigiese a un vórtice feroz de agua, viento y fuego. O que alguien nos muestre alguna luz en el actual horizonte de oscuridades:
-Contracción es la palabra que ya incorporamos a nuestro diccionario. Y no es una adjetivación conservadora de voces opositoras o académicos indeseables. Proviene nada menos que del Vicegobernador del Banco de México, Jonathan Heath, quien revela que las exportaciones —pilar indiscutible de nuestra economía— disminuyeron 5.26 % en septiembre respecto a agosto. Esto —según el propio funcionario— presagia una severa contracción en la economía nacional. De ahí a la recesión —eso lo digo yo— hay medio paso.
-En paralelo, Petróleos Mexicanos nos da una buena y una mala. La primera es que nuestra producción de crudo ha superado ya el millón 700 mil barriles diarios, por vez primera en este 2019. Las muy malas son que Pemex tuvo una contracción de —otra vez la palabra maldita— 428% con relación al mismo tercer trimestre julio-septiembre del 2018, cuando todavía vivíamos en el detestable pasado del gobierno anterior. Pero todavía más: la paraestatal de la 4T se ha visto obligada a reconocer que en este mismo periodo perdió 88 mil millones en su operación; más aún, la pérdida acumulada en los tres primeros trimestres del año es de 176 mil millones de pesos. Una cantidad más aterradora que Freddy Krueger, pero más horrorosa si se le compara en términos de los parámetros del gobierno actual: cientos de universidades, miles de hospitales, millones de estancias infantiles y miles de millones de dádivas. Por si fuera poco, el terreno donde se pretende construir la refinería de Dos Bocas amaneció convertido en lago. “Tabasco no es mi tierra, es mi agua”, decía el gran bardo Pellicer. Así que cabría preguntarle al presidente si luego de presumir que Santa Lucía se construye en tierra firme y no en el fango, si ahora está dispuesto a construir Dos Bocas sobre el agua de su tierra natal.
Aunque la pregunta de fondo sigue siendo si vale la pena continuar inyectándole recursos públicos de todos los mexicanos al sector energético, luego de que se ha cerrado a la inversión extranjera, bajo la entelequia de que tarde o temprano volveremos a descubrir un pozo de la abundancia como fue en su momento Cantarel. Como muchos, pienso que ya no será así. Que la de Pemex es una carrera perdida contra el tiempo. Y que más valdría compartir inversiones de riesgo o ir apostando por las energías renovables.
A propósito, parece inevitable la renovación. Sobre todo de los hombres que acompañan al capitán del barco. Algunos están exhaustos, no solo por las desmañanadas, sino por la falta de motivación alguna. Otros, están furiosos o frustrados porque las cosas no son como se habían prometido; son los de las renuncias no aceptadas, hasta ahora. Aunque hay quienes aguardan el milagro de la rectificación, de la corrección del rumbo, de la expiación de los pecados originales como la cancelación absurda e irracional de Texcoco.
Ya no falta mucho para el primero de diciembre, en que se cumplirá el primer año de gobierno formal de Andrés Manuel López Obrador. Que podría ser también su última llamada.
Periodista. ddn_rocha@hotmail.com