En El arte de la guerra, Sun Tzu señala que, ante el caos, el general sabio identifica oportunidades y prioriza la preparación como clave para superar a sus adversarios. Estas estrategias no se limitan al campo de batalla; su relevancia trasciende al ámbito político, en el cual las crisis suelen marcar puntos de inflexión decisivos.
En nuestros días, tales enseñanzas son un recordatorio de que la habilidad para responder con estrategia y visión permite definir el destino de naciones enteras. Esto cobra especial relevancia en un momento en el que el tablero global enfrenta cambios significativos.
Nos referimos, por supuesto, al inicio del segundo mandato de Donald Trump como el presidente número 47 de los Estados Unidos. Este acontecimiento no sólo estará redefiniendo la política de esa nación, sino que también pondrá a prueba la capacidad de México y otros países para adaptarse a un entorno internacional cada vez más complejo.
Este regreso al poder se ha convertido en un espectáculo que refleja el estilo mediático y polarizador del personaje. Durante tres días, Trump ha celebrado su investidura con eventos que combinan mensajes de fuerza y confrontación: el sábado, en su campo de golf; el domingo, ante el público estadounidense y, finalmente, este lunes, con la ceremonia oficial en el Capitolio.
Como es característico de su figura, Trump no llegó al poder sin generar polarización. En su discurso de despedida, el presidente saliente Joe Biden advirtió sobre una oligarquía emergente en su país, construida sobre una concentración extrema de riqueza, poder e influencia.
Trump regresa, además, con una agenda que promete cambios drásticos en la política comercial, migratoria y de seguridad estadounidense. Estas decisiones afectarán tanto a su país como al resto del mundo; recordemos que persiste un contexto marcado por la guerra en Ucrania, las tensiones con Rusia y China, y el cese al fuego en Oriente Próximo.
Para México, compartir una frontera de más de 3 mil kilómetros con el principal socio comercial es una realidad que no podemos ignorar. La relación bilateral ha sido un componente vital de nuestra política exterior, pero también una fuente constante de tensiones.
Durante su primer mandato (2017-2021), Trump se caracterizó por una retórica antimexicana que incluyó la promesa de construir un muro fronterizo, la renegociación del TLCAN hacia el T-MEC, y la constante amenaza de imponer aranceles a nuestros productos si no controlábamos el flujo migratorio.
Su administración estuvo marcada por la implementación de políticas proteccionistas que, si bien buscaban fortalecer la economía de su país, afectaban directamente otros intereses. Ahora, para su segundo mandato, dejó claras sus intenciones de renegociar aspectos clave del T-MEC para 2026, lo que podría poner en riesgo sectores como el automotriz, agroalimentario y manufacturero, pilares fundamentales de la economía nacional.
La migración también es otro tema delicado, ya que prometió endurecer las medidas contra las personas migrantes en territorio estadounidense y en la frontera, incluyendo redadas y amenazas de cerrar los cruces, así como la imposición de aranceles si México no cumple con detener el flujo migratorio. Estas medidas impactarán a miles de familias que dependen de los más de 40 millones de mexicanas y mexicanos que viven y trabajan en la Unión Americana.
Otro tema crítico es el combate al narcotráfico, en particular el flujo de fentanilo hacia EU. Aunque México colabora decididamente en estas acciones, prevalece el discurso de tomar medidas unilaterales, como incursiones en nuestro territorio, una acción que violaría la soberanía nacional y podría tensar aún más las relaciones diplomáticas.
La presidenta Claudia Sheinbaum tiene una postura firme ante el regreso de Trump. Enfatizando la necesidad de cooperación y respeto mutuo, dejó claro que México no aceptará injerencias ni medidas que comprometan nuestra soberanía.
Con su liderazgo, tenemos la oportunidad de demostrar que somos capaces de responder a los retos con dignidad y visión estratégica, aprovechando también el peso de alianzas multilaterales para contrarrestar cualquier medida unilateral de la administración estadounidense.
Frente a este escenario, la prioridad debe ser fortalecer nuestra posición en la relación bilateral y cerrar filas en torno a la presidenta. Los próximos cuatro años serán decisivos. La forma en que el mundo enfrente los retos de la administración Trump determinará qué país es capaz de transformar las crisis en oportunidades.
Ante tal escenario, sólo la unidad nacional y la visión estratégica permitirán que nuestro país salga fortalecido. Los ojos del mundo estarán sobre EU, pero también sobre México, y es momento de demostrar que, como pueblo y como nación, estamos a la altura de cualquier desafío.
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