América Latina es la región de las venas abiertas, tal y como escribió Eduardo Galeano, señalando con ello que, desde que fue descubierta hasta la actualidad, todo (tierra, frutos y riqueza mineral, habitantes y su capacidad de trabajo y de consumo, recursos naturales y humanos) se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, estadounidense.

Es así como el fantasma del intervencionismo vuelve a aparecer, justo ahora, cuando vivimos una de las etapas más intensas en la historia de las relaciones entre México y su vecino del norte, los Estados Unidos (EU), ya que Donald Trump firmó una orden que, presuntamente, autoriza al Pentágono a usar la fuerza militar contra cárteles de la droga en el extranjero, incluyendo nuestro país.

No causa extrañeza que algunas voces polkistas y neopolkistas, dentro y fuera de México, acogieran con beneplácito la medida, ignorando así la historia de injerencia que marcó a nuestra región. Pasan por alto lo que Noam Chomsky expresó respecto a que, por primera vez en 500 años, América Latina ha dado pasos significativos hacia la liberación del dominio imperial.

Tanto en nuestro país como en toda la región, hemos luchado por nuestra tierra, cultura y soberanía. Y en ese duro trayecto, liderazgos como el de Atahualpa, el último soberano del Tahuantinsuyo, emergen como ejemplo, porque en su caso no fue la falta de riqueza lo que lo condenó, sino su negativa a ceder su dignidad ante los conquistadores.

Recordemos que estamos hablando de una historia asimétrica, porque, en nuestro caso, se trata de la relación entre una de las potencias mundiales y una nación como México, que busca consolidarse como economía emergente sin perder su soberanía, independencia e identidad nacional.

Hoy, México vive un momento de definición. Eso significa que tenemos la obligación, como país y por una política exterior de Estado —mandatada por la Constitución—, de coordinarnos, no de subordinarnos; de cooperar, no de arrodillarnos; de colaborar en la solución de los problemas comunes, no de someternos a ningún dictado que implique sumisión, daño a la integridad o afrenta a la dignidad nacional.

Ante la andanada de declaraciones sobre una eventual intervención estadounidense en nuestro territorio, la presidenta Claudia Sheinbaum respondió con firmeza y claridad: no habrá injerencia extranjera; cooperaremos y colaboraremos, pero bajo la premisa de que nuestra soberanía no es negociable.

La relación bilateral se mueve en un delicado equilibrio, en el que tres temas acaparan la atención y la tensión: comercio, migración y tráfico de drogas. En lo comercial, existe un punto de acuerdo claro, a la espera de la próxima revisión del T-MEC. Asimismo, los flujos migratorios irregulares alcanzaron mínimos históricos desde la década de 1960.

Sin embargo, el tema del fentanilo sigue siendo la espina punzante de esta relación, permeando a la diplomacia y la política. Algunas voces, las que añoran los tiempos en que México era un apéndice de las potencias extranjeras, señalan que la postura de la mandataria es un portazo a la colaboración contra el crimen organizado.

Nada más lejos de la verdad: desde el inicio de la Cuarta Transformación, se ha combatido a los grupos criminales con una estrategia basada en la inteligencia, la coordinación y, sobre todo, la atención a las causas profundas.

Los resultados están a la vista: se han logrado avances significativos en el desmantelamiento de redes criminales y en la reducción de la violencia. Y en el tema del fentanilo tampoco debemos ignorar que la epidemia se originó en EU, alimentada por la ambición de las farmacéuticas.

La mera insinuación de una intervención militar en México lastima a millones de mexicanas, mexicanos y estadounidenses que nos respetan y aprecian. De concretarse, abriría una herida que la diplomacia, el comercio y la política de buena vecindad han intentado sanar por más de 180 años.

Lo más lamentable es que los polkos de antaño, que aplaudieron la invasión de 1846, tienen hoy a sus herederos en activo. Pero, al igual que sus predecesores, recibirán el desprecio popular que se ganan los traidores a la patria.

La postura de la Presidenta no rechaza el diálogo o la cooperación, pero abraza la soberanía, la dignidad y la autodeterminación. Es la convicción de que nuestros problemas se resuelven con nuestras propias leyes e instituciones.

La Jefa del Estado mexicano retoma los ideales que guiaron a Atahualpa y ha respondido con dignidad, con respeto y firmeza. Además, cuenta con el respaldo del pueblo y con la unidad de toda una nación.

A nuestros vecinos del norte podemos decirles que somos aliados en su lucha por recuperar la grandeza, prosperidad y seguridad de su país. A los opositores podemos decirles que les conviene más una nación íntegra y unida, que un llano en llamas.

Coordinador de los diputados de Morena

X: @RicardoMonrealA

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