Hablar de colonialismo en Latinoamérica es prácticamente imposible sin mencionar a Eduardo Galeano, quien expuso una verdad cruda y reveladora: la historia de nuestra región ha sido de saqueo y explotación. En obras como Las venas abiertas de América Latina nos recuerda que detrás de las grandes riquezas extraídas está el sufrimiento de los pueblos originarios, despojados de sus tierras, su cultura e identidad.
Antes de que los europeos pusieran pie en estas tierras, ya florecían culturas avanzadas con conocimientos impresionantes en astronomía, arquitectura y matemáticas. Estas civilizaciones, lejos de ser salvajes o primitivas, habían alcanzado un desarrollo extraordinario. Hoy es vital no sólo reconocer su legado, brutalmente interrumpido por la colonización, sino también reivindicar su contribución al avance de la humanidad.
Esta visión tiene plena concordancia con lo recientemente expresado por la presidenta Claudia Sheinbaum, a propósito del 12 de octubre, respecto a que, lejos de celebrar una “hazaña”, se debe reflexionar sobre las profundas heridas que la colonización dejó en nuestra historia. Durante décadas se conmemoró la llegada de Cristóbal Colón a América, bajo nombres como el Día de la Raza o el Día de la Hispanidad, glorificando el encuentro entre dos mundos, pero sin atender el sufrimiento que implicó la conquista.
El 12 de octubre no debe ser visto como un día de conquista, sino como una jornada para revalorizar el legado de las civilizaciones prehispánicas y reflexionar sobre el impacto devastador de la colonización.
Al proponer que España ofrezca una disculpa pública a los pueblos originarios de México, se refuerza un creciente movimiento global que busca una revisión crítica y justa de la historia. Esa postura desafía la narrativa tradicional y también abre una conversación necesaria acerca del reconocimiento y la justicia histórica.
A nivel internacional ya existen precedentes: Japón pidió perdón a Corea y China por las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial; Alemania ha reconocido repetidamente su culpa por el Holocausto; Francia admitió su responsabilidad por los crímenes perpetrados durante la guerra de Independencia de Argelia.
Estos ejemplos demuestran que, cuando los países admiten su pasado oscuro honran a las víctimas, pero además marchan hacia un futuro más justo y pacífico. De ahí que no únicamente se esté buscando un reconocimiento de los agravios del pasado, sino, asimismo, una revalorización de las culturas indígenas que sobrevivieron a la colonización.
En este sentido, hace poco tuvo lugar uno de los logros más significativos, con la reciente aprobación de la reforma constitucional a la Ley de Pueblos Originarios y Afromexicanos, que reconoce a éstos, formalmente, sus derechos y su contribución a la identidad nacional, y es un avance crucial para garantizarles acceso equitativo a recursos, educación y visibilización social.
El 12 de octubre, entonces, no es un día de fiesta; es una oportunidad para reflexionar sobre el impacto de la colonización y para celebrar la resistencia y la riqueza de las culturas indígenas. Las civilizaciones prehispánicas, además de sobrevivir a la violencia colonial, contribuyeron significativamente al desarrollo de la humanidad. Reconocer este pasado es apenas el primer paso.
En un país tan diverso como México, es fundamental seguir trabajando para que los pueblos indígenas tengan acceso a los mismos derechos y oportunidades que el resto de la población. Esto implica recordar el pasado, pero igualmente continuar construyendo un presente en el que sus derechos y culturas sean respetados y valorados.
No es el Día de la Raza, sino el Día de Nuestras Raíces.
Al final, el llamado a la inclusión y al respeto no trata de borrar la historia, sino de contarla de manera más completa y justa. Al reflexionar sobre el verdadero significado de esta fecha, desafiamos las narrativas de poder que han dominado y afirmamos nuestra identidad como mexicanas y mexicanos.
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