El paralelo cero es la línea imaginaria que atraviesa la Tierra para determinar la división de sus hemisferios en norte y en sur. Esta línea cruza por diversos países, entre ellos Ecuador. Y si bien su funcionalidad es geográfica, lo cierto es que esta división imaginaria se ha convertido, en muchas ocasiones, en una realidad, al separar conceptualmente al sur y al norte, y con ello, al desarrollo del atraso y de los problemas que los países de la región latinoamericana, incluso los que se encuentran en el lado superior del paralelo, enfrentan constantemente.
Quizá por eso Eduardo Galeano se aventuró a afirmar que, en la división del trabajo, a América Latina siempre le tocó perder. Esta, nuestra región, ha sido víctima de actividades extractivas que no generaron el desarrollo merecido. Al mismo tiempo, su diversidad —clima, ubicación geográfica y fertilidad de sus terrenos, que permiten la cosecha de productos altamente codiciados en el exterior— ha sido una ventaja que en ocasiones se convierte en maldición.
Lo explico. La parte sur del continente americano goza de terrenos en donde se cosechan plantas ancestrales, que en la segunda mitad del siglo XX pasaron a ser modificadas —en su composición y uso—, para convertirse en drogas sintéticas que hasta hoy son traficadas desde su lugar de origen hasta el mercado de consumo más grande del mundo: Estados Unidos.
Respecto a esta situación, a los líderes de los grupos delincuenciales y a las acciones de sus grupos se ha escrito y dicho mucho, hasta incurrir en apología del delito. Sin embargo, el daño que esta dinámica ha producido, junto con el envío de armas de fuego desde el propio Estados Unidos hasta la parte sur del continente, es profundo, y el grado de descomposición que produce no se detiene.
Así lo muestra lo sucedido recientemente en Ecuador. Va a cumplirse ya una semana desde que se registraron diversos motines en centros penitenciarios y la evasión de líderes criminales como José Adolfo Macías Villamar, alias “Fito”, alcanzando con ello un grado de violencia y conflictos nunca visto, que cimbra la estabilidad del país, pero que es producto de una acumulación de factores que se incubó desde la década de 1980, con el auge del tráfico de drogas y la formación de pandillas como Los Choneros, que logró hacerse con el control de los principales centros penitenciarios.
Bajo el mandato de Rafael Correa se puso en práctica una política, calificada como de mano dura, misma que logró reducir significativamente los índices de homicidios y los niveles de pobreza. Posteriormente, el arribo de Lenin Moreno a la Presidencia marcó un cambio sustancial, que coincidió con el secuestro y asesinato de periodistas, así como con el aumento de la inseguridad y la violencia, convirtiendo las cárceles en bombas de tiempo.
Durante la gestión de Guillermo Lasso, la estrategia de seguridad careció de consistencia, lo que se tradujo en el aumento de la tasa de homicidios, hasta alcanzar los niveles antes mencionados. A ello se le suma el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio, en agosto de 2023, quien recibió tres disparos a la salida de un acto político.
Fue así como el vaso se llenó a tal grado, que el actual presidente, Daniel Noboa, quien tomó posesión en noviembre de 2023, debió enfrentar esta crisis incubada durante años. Su respuesta inmediata fue declarar el estado de excepción, recurriendo a toques de queda, patrullajes militares y la suspensión de garantías individuales, medidas aplicadas por sus antecesores.
¿Cómo avanzar? ¿Cómo restablecer el Estado de derecho? Frente a lo sucedido quedan dos caminos. El primero, optar por endurecer las políticas de persecución del delito, como se ha hecho en El Salvador. El segundo, atacar las causas raíz de la violencia. Este es un camino mucho más largo, pero también más duradero. Sin embargo, tales causas no son solamente la pobreza y la desigualdad, sino también el consumo de drogas demandado en otro país y la correcta regulación de armas de fuego en el mismo.
En cada país latinoamericano las dinámicas son distintas, pero el origen de los males es muy similar. Como región debemos solidarizarnos. El caso de Ecuador es un recordatorio de la importancia de generar un desarrollo compartido en nuestras naciones, y también pone en evidencia la necesidad de reconocer que la actuación individual de cada país no será nunca suficiente para poner fin a la violencia ni para avanzar en la generación de sociedades más justas y equitativas.
El paralelo cero puede ser reinventado en su significado. Puede pasar de ser el lugar divisorio entre el progreso y el atraso, para convertirse en el punto de inicio de la construcción de un continente más equitativo en donde también nos toque ganar.
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