Berlín es un lugar que, al día de hoy, muestra la división que provocó la guerra. Uno de sus barrios, Kreuzberg, se encontraba justo al lado del muro que dividía a Alemania en la parte oriental y la occidental. Situado en esta última, Kreuzberg fue refugio para inmigrantes, artistas, activistas y personas que buscaban un lugar accesible para vivir.

En su libro Las perfecciones, Vincenzo Latronico narra la historia de la gentrificación de Berlín. Cuenta cómo, después de la caída del muro, barrios como Kreuzberg comenzaron a ser ocupados por personas del extranjero, especialmente estudiantes y parejas, que buscaban un lugar con rentas bajas y en zonas relativamente centrales.

También explica cómo la llegada masiva de personas incrementó el costo de la vida para las y los habitantes originales, a grado tal, que tuvieron que buscar viviendas con costos más accesibles, ubicados a grandes distancias de las partes céntricas. En otras palabras, explica cómo la gentrificación fue segregando a quienes construyeron dichos barrios.

Lo anterior llevó a las autoridades a aplicar medidas consideradas drásticas y polémicas en su momento. Por ejemplo, en 2020, el estado federado de Berlín intentó congelar las rentas por cinco años para que no hubiera incremento al techo máximo establecido. La medida duró poco: en solo un año, el Tribunal Constitucional dictaminó que la autoridad local no estaba facultada para hacer esto.

Luego, en 2021, el Gobierno de Berlín compró más de 14 mil viviendas a empresas inmobiliarias, para ofrecerlas a precios asequibles. Y, finalmente, se impusieron fuertes restricciones a plataformas de arrendamiento a corto plazo, como Airbnb, ya que reducen la oferta de vivienda a residentes, elevan los precios y generan mayor escasez.

La gentrificación sucede en todo el mundo. Lo mismo pasó en barrios típicos de Londres, como Hackney o Brixton; en París, con Belleville; en Lisboa, con Alfama, y en Milán, con Isola. El patrón suele ser bastante similar: barrios de inmigrantes o de clase baja o media baja se convierten, poco a poco, en lugares atractivos por su vida cultural, artística, nocturna y por su buena ubicación.

El mercado, frente a este potencial, adquiere paulatinamente espacios de vivienda y los ofrece a precios elevados, convirtiéndolos en inaccesibles para las y los habitantes originales, quienes son desplazados, la mayoría de las veces, por personas con ingresos mayores y por extranjeros.

Además de la segregación, la gentrificación tiene un efecto muy silencioso. El atractivo original de estos sitios es su originalidad y su diversidad, que reflejan la autenticidad de la cultura de quienes los crearon. Al mismo tiempo son (o eran) áreas de diversidad cultural, porque en ellos confluyeron comunidades que generaron algo único, algo heterogéneo.

La gentrificación aniquila esa diversidad. Acaba, poco a poco, con lo sustancial de esos barrios y, nos guste o no, con su historia. Lo deseable: mejorar los espacios sin marginar a las personas que ya los habitan y evitar que desaparezca su esencia.

Este fenómeno también tiene impacto económico. Las fondas se convierten en costosos restaurantes gourmet; las tienditas, en cafés o boutiques de autor. Incluso el espacio público se privatiza de facto, sin un marco legal claro.

Por eso, la reciente marcha contra la gentrificación en Ciudad de México no es un hecho aislado; es eco de esas pugnas globales. Colonias como la Roma, la Condesa o la Juárez hoy son lugares donde muchas personas ya no pueden vivir. La renta se volvió impagable y las y los vecinos, irreconocibles, como si se hubiese roto el arraigo.

Sin embargo, estas expresiones de inconformidad se contaminaron con actitudes xenófobas y de violencia injustificables. Ninguna organización o instancia debe alentar o tolerar discursos ni acciones de este tipo. No hay que confundir causas con personas. No somos eso. México ha sido, históricamente, un país hospitalario, y debemos honrar esa vocación humanista.

¿Qué hacer? Primero, proteger los barrios populares creando zonas de arraigo que garanticen vivienda asequible; segundo, fomentar cooperativas de vivienda y modelos de propiedad que permitan el acceso justo a ella; tercero, impulsar una educación para la convivencia intercultural, que prevenga discursos de odio, y cuarto, reforzar la narrativa de ciudad anfitriona.

Sabemos que hay riesgos. Que la presión del capital global no se detiene. Que la gentrificación puede mutar y desplazarse. Que las decisiones políticas pueden poner en riesgo lo avanzado. Pero también sabemos que hay formas de blindar el derecho a la ciudad, con leyes sólidas, con instituciones fuertes, con participación ciudadana y con voluntad política.

Se trata de que el progreso no arrase con la memoria ni con la gente. Podemos hacer de las ciudades sitios donde quepan muchas formas de habitar, donde la diversidad sea vista como riqueza, no como amenaza. Necesitamos que las ciudades sigan pareciéndose a su gente, sin cerrar el paso al desarrollo, para que continúen contando nuestras historias y no se conviertan en paisajes del desarraigo.

Coordinador de los diputados de Morena

X y Facebook: @RicardoMonrealA

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