Milton Friedman, defensor del libre mercado y uno de los principales impulsores del neoliberalismo, afirmó que sólo una crisis puede producir un cambio real. Cuando esta crisis ocurre, señalaba, las acciones emprendidas dependerán de las ideas que predominen en ese momento.
Cuando en los años setenta del siglo pasado el mundo entró en una crisis económica generalizada, que puso en tela de juicio los postulados implementados desde la época de la posguerra —altas tasas de impuestos progresivos y participación del Estado en la economía—, el grupo de economistas neoliberales aprovechó para que sus ideas fueran adoptadas por las élites políticas de la época, específicamente por Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
Fue una crisis la que entonces dio paso a que el modelo económico dominante fuera el capitalismo neoliberal. Hoy es también una crisis, la generada por el nuevo coronavirus, la que está allanando el terreno de su salida.
Desde la crisis de 2008, los niveles de desigualdad existentes en la mayoría de los países quedaron al descubierto; la ineficacia neoliberal para disminuir la pobreza empezó a ser discutida de manera generalizada; la inexistencia de tasas de crecimiento económicas altas y la necesaria intervención de los gobiernos para rescatar a las grandes corporaciones hizo pensar que el Estado recobraría su predominancia frente al mercado, pero esto no sucedió.
En ese entonces, a diferencia de lo ocurrido en los años setenta, no existía un planteamiento alternativo que pudiese hacer frente a los intereses económicos de las grandes corporaciones, por lo que lejos de transitar hacia un Estado de bienestar, la mayoría de los gobiernos entraron en una etapa de reducción de gasto en los sistemas de seguridad social, en educación y en salud pública, profundizando aún más los niveles de desigualdad al interior de los países.
La aparición de la enfermedad COVID-19 ha ocasionado una crisis mucho más profunda y generalizada que la de 2008, evidenciando las consecuencias de no generar políticas encaminadas a reducir la desigualdad, y el daño que esto representa no sólo para las personas más vulnerables, sino para la población en su conjunto. Si en esta ocasión los gobiernos deciden seguir la misma dirección que en el pasado, los niveles de desigualdad no disminuirán, y muy probablemente se profundizarán.
En materia de salud pública, por ejemplo, está quedando claro que los gobiernos deben incrementar el gasto para contar con sistemas de atención robustos que equipen a cada país con los instrumentos necesarios para hacer frente a crisis de esta magnitud; de otro modo, cada nueva enfermedad pondrá contra las cuerdas a la economía mundial.
En la dimensión del ingreso, las estimaciones más recientes han evidenciado que las personas más pobres serán las más afectadas por la pandemia. El confinamiento, medida clave para combatir el virus, pone al filo de la pobreza a millones de personas que dependen de sus ingresos diarios para poder salir adelante, al no contar con ningún tipo de protección estatal. Los gobiernos deben empezar a pensar en generar mejores y más sólidos sistemas de seguridad social que protejan a la mayor cantidad de trabajadores y trabajadoras que sea posible, y en la implementación de nuevos modelos que disminuyan la informalidad en las economías.
En el ámbito educativo, las escuelas que cuentan con mayores recursos pueden hacer uso de herramientas de aprendizaje a distancia, pero en muchos otros casos ni el alumnado ni los centros de enseñanza tienen la infraestructura necesaria para hacerlo. Los gobiernos no sólo tendrán que diseñar medidas de regulación educativa, sino que deberán invertir en la mejora de las instalaciones e infraestructura de las escuelas públicas.
A pesar de las realidades y desigualdades que la pandemia ha exacerbado, existen quienes defienden que las acciones de los gobiernos sean similares a las que se llevaron a cabo durante otras crisis, y en cierto modo eso está sucediendo en algunas naciones. Afortunadamente, a diferencia de 2008, actualmente se cuenta con una serie de teorías y de propuestas que podrían servir para sustituir el orden neoliberal, entre las que se incluye una reforma fiscal progresiva para fortalecer las estructuras, cuya debilidad ha sido demostrada por la emergencia sanitaria actual.
A esto se suma el hecho de que el péndulo político ha llevado al poder a diversos movimientos emanados de la izquierda. Tal es el caso de México, en donde lejos de seguir las viejas recetas neoliberales, se están profundizando las políticas necesarias para sustituir el antiguo régimen por uno de equidad, de justicia social y de ampliación y respeto a los derechos de todas las personas.
Friedman tenía razón al señalar que las crisis son motores de cambio, especialmente cuando existan ideas que puedan desafiar el statu quo, pero, tal y como lo está demostrando la pandemia ocasionada por COVID-19, no pudo estar más equivocado en los efectos que tendría en la vida de las personas la implementación de los postulados que defendía. Hoy, las estructuras neoliberales se están tambaleando, y la construcción de un nuevo orden mundial más justo y equitativo resulta impostergable.
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