La crisis del fentanilo que vive actualmente Estados Unidos alcanzó dimensiones alarmantes. Sin embargo, no surgió de la nada. Así lo detalla el periodista y escritor Patrick Radden Keefe, en su obra El imperio del dolor, en la que relata cómo la familia neoyorquina Sackler convirtió el sufrimiento humano en una mina de oro, al amparo de una regulación permisiva y una sed insaciable de ganancias.
De igual manera, expone que las raíces de esta crisis se remontan a la década de 1990, cuando las compañías farmacéuticas, con Purdue Pharma a la cabeza, promovieron agresivamente opioides recetados, como el OxyContin. Este medicamento, aclamado en su momento como una solución segura para el dolor crónico, desencadenó una epidemia de adicciones y muertes por sobredosis en la nación vecina.
Cuando las autoridades restringieron el acceso a estos opioides recetados, las personas adictas buscaron alternativas más baratas y accesibles, como la heroína y, finalmente, el fentanilo. Este opioide sintético, que es hasta 50 veces más potente que la heroína, fue desarrollado, en un inicio, para usos médicos legítimos, pero pronto se infiltró en el mercado negro con consecuencias devastadoras, de tal manera que hoy es la principal causa de muerte por sobredosis en personas de entre 18 y 45 años en EU.
El problema no se limita a las fronteras estadounidenses. En México, aunque no enfrentamos una epidemia de consumo masivo, debido al éxito de las campañas de prevención implementadas por el Gobierno federal, sí experimentamos el impacto de esta crisis.
Los cárteles mexicanos han encontrado en el fentanilo una nueva fuente de ingresos, importando precursores químicos desde China para su producción y posterior distribución hacia el vecino del norte. Esto incrementó los niveles de violencia, así como las pugnas entre los diversos grupos criminales por controlar las rutas de trasiego.
De acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), en 2023, más de 70,000 personas murieron por sobredosis relacionadas con opioides en EU, con el fentanilo como protagonista. No obstante, es importante reconocer que la demanda desmedida en la Unión Americana es el motor de este lucrativo mercado negro, lo que deja a México, y a otros países en una posición desventajosa frente a la presión para abastecer tal consumo.
Desde 2018, siendo presidente Andrés Manuel López Obrador, el Gobierno de México priorizó la lucha contra el tráfico de drogas, incluyendo el fentanilo. Se desplegaron operativos para desmantelar decenas de laboratorios clandestinos y se fortalecieron las leyes para frenar el tráfico ilegal de estupefacientes. Estos esfuerzos contaron con la cooperación de inversiones millonarias por parte del gobierno de Joe Biden, para combatir el problema desde sus raíces.
Asimismo, en los tres meses de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum se han registrado logros importantes. Un ejemplo fue el decomiso histórico de una tonelada de pastillas de fentanilo en Sinaloa. Este operativo, liderado por la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, las Fuerzas Armadas y otras instancias del Gabinete de Seguridad, es una prueba contundente de que, con unidad y coordinación, se pueden enfrentar los retos más complejos.
Además, en un acto de responsabilidad legislativa, en la Cámara de Diputados aprobamos las reformas constitucionales a los artículos 4 y 5, para prohibir la producción, distribución y adquisición de vapeadores y sustancias tóxicas como el fentanilo, considerándolas delitos contra la salud pública. Esto demuestra un compromiso integral, no sólo para atacar la oferta, sino también para establecer un marco legal que prevenga su consumo.
Sin embargo, mientras México cumple con su parte, surge la pregunta inevitable: ¿qué hace EU para frenar la demanda? Las imágenes de decenas de personas deambulando en las calles de Filadelfia, San Francisco o Chicago, bajo los efectos del fentanilo, reflejan la magnitud del problema. A pesar de los esfuerzos por controlar el tráfico, si el mayor mercado de esta droga no reduce su consumo, cualquier avance será insuficiente.
Más allá de la cooperación en la lucha, es imprescindible atacar las raíces económicas, sociales y de salud pública que perpetúan la epidemia. En México, los esfuerzos continúan. Los resultados demuestran que somos capaces de enfrentar, con determinación y unidad, desafíos complejos, pero no debemos bajar la guardia.
Nuestro vecino del norte debe mirar hacia sus propias calles y actuar con la misma contundencia con la que exige resultados a otras naciones. La responsabilidad es compartida, y sólo así podremos construir un futuro donde la paz, el bienestar, la vida y la salud prevalezcan sobre las adicciones y sus efectos devastadores.
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