En semanas recientes, la Dra. Claudia Sheinbaum, nuestra Presidenta, ha sido blanco de comentarios de quien, a partir de su regreso a la Casa Blanca, intensificó su retórica amenazante contra México: desde acusaciones infundadas respecto a nuestra gestión de la migración hasta amenazas de imponer aranceles a los productos nacionales, Donald Trump ha utilizado su poder e investidura para intentar desestabilizar al país.
En múltiples ocasiones, ha emitido críticas a México por, según sus dichos, no hacer lo suficiente para combatir al narcotráfico, cuando es bien sabido que el Gobierno federal intensificó los esfuerzos en esta lucha. Tampoco es la primera vez que intenta presionarnos con amenazas arancelarias. Durante su primer mandato buscó imponer su agenda migratoria a costa de la soberanía nacional.
En ese entonces, la respuesta del Presidente López Obrador fue determinante, defendiendo la autodeterminación y el respeto mutuo entre naciones. Sin embargo, no podemos ignorar que también persistían las voces conservadoras que apostaban a que México se doblegaría ante la presión extranjera.
La historia nos enseña que el conservadurismo y el intervencionismo extranjero siempre han sido una amenaza para nuestra soberanía, y los recientes y repetidos ataques por parte del mandatario estadounidense en contra de la Presidenta de México son un claro ejemplo de esa tendencia.
Hoy, aquellas voces continúan sonando. Persisten algunos actores políticos y sectores de la sociedad que parecieran alegrarse con los desplantes injerencistas. Este fenómeno, que ya analizamos en oportunidades previas y que se conoce como neopolkismo, no es más que la continuidad de una vieja tradición entreguista que ha intentado justificarse bajo distintos pretextos a lo largo de nuestra historia.
Así, nuestra nación ha padecido alianzas traicioneras y desleales. Por ejemplo, desde el México independiente, sobrellevamos disputas internas para definir si nuestro destino era ser imperio o una república.
Esto permitió que Estados Unidos (EU), durante la presidencia de James Polk, arrebatara y se anexionara, de manera abusiva, más de la mitad de nuestro territorio, mediante la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, impulsado por un Congreso dominado por intereses conservadores.
A mediados del siglo XIX, los conservadores justificaron también la Intervención francesa, argumentando que México necesitaba un emperador para alcanzar el orden y la estabilidad, y ocurrió lo que ya bien sabemos con Maximiliano de Habsburgo.
Durante el siglo XX, algunos sectores de la derecha vieron con buenos ojos la influencia de EU en nuestra economía y política, impulsando medidas neoliberales que beneficiaban a intereses extranjeros a costa de la soberanía nacional y del bienestar del pueblo mexicano.
Hoy, este mismo sector encuentra en las palabras de Trump una suerte de validación a sus propias posturas. No es casualidad que quienes se oponen a la Cuarta Transformación coincidan con la retórica de este personaje cuando ataca a nuestra Presidenta, cuando acusa sin pruebas al Gobierno de México de facilitar la migración ilegal o cuando pretende darnos lecciones sobre seguridad y economía, sin mirar la viga en el ojo propio.
La realidad los contradice: México sigue avanzando con políticas sociales que benefician a la mayoría y no a unas cuantas personas. A pesar de los intentos por desestabilizar nuestra economía con discursos alarmistas, los indicadores muestran fortaleza y crecimiento. A pesar de las acusaciones de inacción, la estrategia de seguridad basada en atender las causas de la violencia está dando resultados.
El neopolkismo no es sólo un acto de traición a la patria, sino un intento deliberado de entregar nuestro futuro a intereses ajenos a los del pueblo de México. Es la expresión de un pensamiento colonizado que sigue viendo en el extranjero la solución a los problemas nacionales, en lugar de confiar en nuestra capacidad para resolverlos.
Gratamente, su visión no representa a la mayoría de las y los mexicanos, y nuestra mandataria no está sola. Cuenta con el respaldo de millones de compatriotas que creen en el proyecto de transformación que impulsa; en la construcción del Segundo Piso de la Cuarta Transformación.
Nuestro país sigue demostrando que puede avanzar con independencia y dignidad, sin arrodillarse ante ninguna potencia extranjera. La Presidenta seguirá defendiendo la dignidad de México en el escenario internacional; no caerá en provocaciones ni en enfrentamientos estériles y continuará manteniendo la cabeza fría, pero tampoco permitirá que nuestra soberanía sea vulnerada por presiones externas o internas. Su liderazgo firme y su compromiso con la nación son la mejor garantía de que México se mantendrá como país libre y soberano. Coordinación sin subordinación.
Hoy más que nunca es fundamental evitar el entreguismo y los tintes neopolkistas en la vida pública. No debemos permitir que los intereses externos ni las voces conservadoras debiliten a nuestra nación; al contrario, tenemos que mantener la defensa de nuestra soberanía y continuar trabajando en unidad por un México cada vez más fuerte y más justo.
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