“Estoy en desacuerdo con lo que dices,

pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”

Evelyn Beatrice Hall

En La peste, Albert Camus retrata una ciudad donde una epidemia desgarra no solo los cuerpos, sino también las certezas morales y políticas de sus habitantes. El absurdo, la impotencia y la necesidad de actuar sin garantías acompañan a cada personaje. La enfermedad saca a la luz lo mejor y lo peor de la gente.

Esta metáfora nos ayuda a entender algo que avanza silenciosamente: el fanatismo digital, la manipulación y la rabia amplificada por algoritmos que convierten la política en un campo minado. En el siglo XXI, el péndulo ideológico oscila con furia y, al hacerlo, arrasa con certezas y consensos que antes se consideraban firmes.

Frente a esto, cabe reflexionar si sigue siendo útil hablar en términos tan rígidos como izquierda y derecha. Replantear el eje ideológico no conlleva renunciar a los principios, implica reconocer que el mundo cambió y que las disputas no solo son por el control del Estado, sino por la verdad, la empatía y la justicia.

La ultraderecha encontró en el mundo digital su mejor trinchera. Lo vimos, por ejemplo, con Milei en Argentina. Pero no es un fenómeno regional: la avanzada de los extremismos en Europa confirma un patrón; el caso de Alemania es quizá el ejemplo más claro. Ahí, la derecha radical ha crecido gracias al uso estratégico de plataformas como TikTok, Telegram o X.

En todos estos casos, la maniobra es similar: lanzar mensajes por fuera de los canales convencionales; convocar a la “revuelta”, a la desobediencia civil, y organizar manifestaciones que se presentan como espontáneas.

Por supuesto que no se trata de deslegitimar las protestas; al contrario, manifestarse es un derecho, y en gobiernos progresistas —como el que encabeza en México la presidenta Claudia Sheinbaum— se garantiza y se respeta.

Pero a propósito de la marcha convocada este fin de semana por grupos que se identificaron como pertenecientes a la generación Z, conviene analizar lo que ocurre globalmente, ya que la ultraderecha busca organizar partidos pero también comunidades emocionales.

En México, la distinción entre izquierda y derecha —como explicó en su momento Rodríguez Araujo— siempre ha estado anclada en la lucha por la igualdad y en la confrontación de los sistemas de dominación. La izquierda busca combatir las desigualdades; la derecha, preservarlas.

Pero ambas etiquetas han mutado. Hoy el péndulo adquiere nuevos matices, porque la disputa ya no es únicamente ideológica, sino también económica. Desde 2018, con el inicio de la Cuarta Transformación, se logró algo que llevaba décadas pendiente: la separación entre el poder económico y el poder político.

Esa ruptura generó mucha incomodidad en los potentados que estaban acostumbrados a dictar la agenda pública. Y no es casualidad que muchos de esos actores hoy encabecen campañas digitales para recuperar su influencia.

Recordemos que, en el fondo, la política también es un contrato social fiscal. La ciudadanía aporta parte de sus ingresos a cambio de derechos y bienes públicos. Sin recaudación progresiva, la igualdad es solo un discurso. Por eso, quienes más han resistido son, justamente, quienes más se beneficiaron de un sistema que solapaba la evasión, la elusión y los privilegios.

Hay veces que ese contrato se rompe, como quedó expuesto en aquel debate entre Hillary Clinton y Donald Trump, cuando ella lo acusó de no pagar impuestos federales y él respondió, sin pudor: “Eso demuestra mi inteligencia”. Esa frase —breve, pero reveladora— mostró cómo una parte de las élites económicas convirtió la evasión fiscal en un acto de astucia y no en (cuando menos) una falta ética.

Por eso, también resulta pertinente revisar el trasfondo de la convocatoria que se hizo para protestar contra un gobierno cuyos indicadores sociales muestran avances reales. Hoy, México registra una reducción significativa de la pobreza, impulsada por programas sociales y por el incremento sostenido del salario mínimo.

Asimismo, en materia de seguridad, aunque falta camino por recorrer, las cifras delictivas muestran una tendencia a la baja. No vivimos en un país perfecto, pero tampoco se encuentra en ruinas, como algunas voces intentan hacer creer.

En esta movilización fue evidente la presencia activa de actores de derecha y representantes del poder económico. Que las juventudes se expresen es valioso, pero algo muy distinto es que intenten utilizarlas como bandera por intereses que buscan regresar al viejo orden.

En México, la extrema derecha aún no tiene fuerza electoral; sus proyectos partidistas están en formación. Por eso su campo de batalla principal son las redes sociales. Desde ahí intentan articular un descontento que la realidad, con datos y hechos, desmiente.

Frente a esta división creciente, solo un liderazgo firme como el de la presidenta Sheinbaum puede sostener la cohesión del país. En tiempos de ruido y estridencia, su temple, determinación y serenidad mantienen unido un proyecto nacional que hace de la política un espacio para dialogar, no para destruir; para avanzar, no para retroceder.

Coordinador de los diputados de Morena

ricardomonreala@yahoo.com.mx

X: @RicardoMonrealA

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