En su libro La política en tiempos de indignación, Daniel Innerarity plantea una idea que hoy adquiere particular relevancia: la democracia no solo administra instituciones, sino también emociones colectivas. La indignación —afirma— puede abrir las puertas del cambio, pero además puede empujar hacia el abismo cuando se convierte en enojo sin rumbo.

Innerarity advierte con precisión que, en un mundo marcado por la incertidumbre, la convocatoria es una responsabilidad democrática. Se convoca para reconocer que, pese a las diferencias, pertenecemos a un mismo destino común. Pero también hay quienes convocan porque la indignación, cuando no encuentra un cauce constructivo, puede ser aprovechada por quienes únicamente saben destruir.

Y sí, debe reconocerse que la maldad también habita en ciertos sectores de la población, sobre todo en aquellos personajes que aspiran a gobernar desde la extrema derecha, alimentando resentimientos y ofreciendo como “futuro” el regreso a un pasado de privilegios.

Esta reflexión dialoga con lo que José Ortega y Gasset advertía en La rebelión de las masas: la democracia moderna se juega en la capacidad de convocar a las mayorías hacia un proyecto colectivo. Cuando esas mayorías se dispersan, cuando cada quien se repliega en su pequeño mundo, cabe el riesgo de que sean manipuladas por proyectos regresivos o profundamente egoístas.

Precisamente por eso, la convocatoria que realizó la presidenta Claudia Sheinbaum para marchar en conmemoración de los primeros siete años de la Cuarta Transformación no es menor, pues constituye un acto profundamente político y profundamente humano.

Es un llamado a todo el pueblo de México —a quienes iniciaron el camino en 2018 y a quienes apenas comienzan a tener edad para mirar críticamente al país— a reconocerse como parte de un proyecto que ha transformado la vida pública de manera irreversible.

Siete años pueden parecer poco, pero en la historia de México es un parteaguas. Desde aquel 1 de diciembre de 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador asumió la Presidencia, la transformación dejó de ser aspiración y se convirtió en realidad palpable.

Aumentó el salario mínimo como no había ocurrido; millones de personas hoy se benefician de programas sociales; se separó el poder económico del poder político; se combatió con decisión la pobreza y se empezaron a desmontar estructuras que, por años, sirvieron solo a las élites.

Pero más allá de cifras y reformas importantes como la del Poder Judicial, lo que se ha construido hasta ahora es una nueva manera de entender la política: la idea de que gobernar es servir a la gente, de que la dignidad no se negocia, de que el país avanza cuando el pueblo está en el centro de las decisiones.

Por eso la marcha convocada por la presidenta tiene un sentido tan profundo, porque reafirma un proyecto de nación que sigue vivo, fuerte, unido y avanzando. Y lo hace desde la convicción de que la convocatoria es para todas y todos.

Ella está cumpliendo un papel que nuestra democracia necesita, el de ser un factor de unidad. No una unidad que borre diferencias, sino una capaz de reconocer que los cambios profundos solamente se sostienen cuando se camina en conjunto; porque la política es, en esencia, la capacidad de encontrarnos.

La oposición, en cambio, parece empeñada en lo contrario. En vez de construir, incendia. En vez de proponer, acusa. En vez de convocar, fragmenta. Quedó atrapada en un discurso que es contra todo y a favor de nada, un discurso que pretende reinstalar el viejo statu quo que tanto daño hizo.

Hoy, incluso quienes se identifican con posturas críticas reconocen que la oposición no solo carece de proyecto, sino de credibilidad. Se convirtió en un refugio para nuevos perfiles generacionales que parecen apostar por el enojo, la mentira y la polarización como únicas vías para recuperar el poder.

Frente a esa realidad, la Marcha de la Transformación es un acto de esperanza. Es la expresión viva de un pueblo que no se resigna a ser dividido. Que rechaza la manipulación del miedo. Que se reconoce diverso, plural, libre, pero unido en lo fundamental: la convicción de que México merece seguir transformándose.

A siete años de distancia, lo que se ve no es un punto de llegada, sino un punto de partida. Se ve un movimiento de transformación que ya comenzó una nueva etapa, que exige madurez, claridad y compromiso.

Por eso, la convocatoria es tan importante, porque recuerda que nada está garantizado, que cada avance requiere defensa, que cada logro debe cuidarse y que la democracia se alimenta de participación, no de apatía.

Convoquémonos sin temor, sin tibieza, sin dudas. Convoquémonos para celebrar lo logrado, pero también para asumir lo que falta. Convoquémonos porque la unidad es más poderosa que la polarización; porque la Marcha de la Transformación es del pueblo, un pueblo que decidió cambiar la historia en 2018 y que hoy reafirma que no permitirá retrocesos.

Coordinador de los diputados de Morena

X: @RicardoMonrealA

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