A lo largo de mis más de 40 años de actividad política he podido comprobar la existencia de una dicotomía que se hace latente durante cada proceso electoral. Se trata de momentos en los que puede aflorar lo mejor de las personas —propuestas, patriotismo, esperanza, unión y júbilo—, un sinfín de actitudes, aptitudes y cualidades que tienen como objetivo superior que el futuro sea mejor que el presente. Pero al mismo tiempo, el odio, el encono, la destrucción y la infamia se utilizan como municiones por parte de quienes dejan de lado el interés del pueblo y privilegian su sed de poder.
Las consecuencias de este choque de posturas pueden ser altamente destructivas para las sociedades. Salvador Allende se postuló en cuatro ocasiones a la presidencia de Chile. En cada una, las campañas del terror en su contra se activaron desde el interior y el exterior de su país. Fue elegido primer mandatario en 1970, de manera democrática; sin embargo esto, lejos de detener los ataques en su contra, los intensificó. Aquellas campañas y discursos de odio pavimentaron el camino para el golpe de Estado de 1973, ejecutado por Augusto Pinochet, quien se perpetuaría en el poder hasta 1988.
Por supuesto que lo sucedido en Chile amerita un análisis profundo y multifactorial, pero también es cierto que se trata de un claro caso en el que los discursos de odio; la injerencia de potencias en la política interna, y la infamia y las reacciones de quienes se niegan a dar paso a la democracia atentan en contra del desarrollo de los pueblos.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido blanco de este tipo de ataques desde finales del siglo XX y lo que va del presente. En 2006, en su primera campaña presidencial, la oposición recalcitrante construyó, mediante millones de dólares, la idea de que, si él ganaba las elecciones, México enfrentaría un futuro cercano a la ciencia ficción: una época oscura en la que se depreciaría el peso, escasearían los alimentos, se pulverizarían los salarios y desaparecerían las instituciones.
Esa campaña del terror, en consonancia con el fraude electoral, impidió que prevaleciera la democracia. Doce años más tarde, la profundidad con que nuestro movimiento se encuentra cimentado permitió superar, por medio de ideales y anhelos, aquello que la oposición quería destruir con engaños e infamias.
Hoy, en los primeros meses del proceso electoral, podemos advertir que, una vez más, la oposición vuelve a sus raíces más conservadoras, al activar en contra de nuestro movimiento una campaña orquestada desde España; fortalecer sus alianzas con congresistas estadounidenses republicanos; recurrir al pago de millones de dólares para utilizar a medios internacionales como sus kamikazes políticos, y tratar de medrar con la violencia que ellos mismos generaron.
Afortunadamente, frente a este humo mediático y activismo digital, el pueblo de México tiene como elementos de análisis los seis años del mandato del licenciado Andrés Manuel López Obrador, periodo en el que, lejos de aquello que la reacción opositora esperaba, el peso se mantiene no solo estable, sino en los mejores niveles que tuvo en décadas; los salarios no se pulverizaron, al contrario, por primera vez aumentaron de manera considerable; la pobreza no se disparó, sino que disminuyó a su menor nivel desde que se tiene registro y, finalmente, siete de cada 10 familias mexicanas recibe el apoyo del Gobierno de México a través de la política social más robusta de nuestra historia.
En oposición a los discursos de odio y las actitudes mezquinas que ignoran las consecuencias que puede generar su propagación, se encuentran la esperanza y la convicción de seguir construyendo el segundo piso de la Cuarta Transformación. Contra el terror que los adversarios buscan generar, la doctora Claudia Sheinbaum propone seguir avanzando en la pacificación del país. Frente a la sed de poder opositora, nuestro movimiento sigue firme en su convicción de hacer valer la soberanía del pueblo. Ante la ceguera conservadora, proponemos la visión de país en el que todas y todos podamos desarrollarnos con libertad, igualdad y justicia.
Termino citando una frase atribuida a Cicerón, que siempre he intentado mantener presente, especialmente durante épocas como la actual: “nada corre tanto como la calumnia, nada se lanza con más facilidad, se acoge con más presteza y se difunde tan ampliamente”. A estas sabias palabras podemos agregar que detener y resistir la calumnia es tarea de quienes buscamos seguir avanzando en el cambio de régimen; juzgarla y condenarla será responsabilidad, únicamente, del pueblo de México.
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