En política el contexto y las circunstancias definen más el futuro, que la voluntad de quienes gobiernan.

Nadie duda de la lealtad de la presidenta Sheinbaum hacia su mentor político. Ni tampoco del activismo que de forma soberbia y soez ejercen los legisladores incondicionales a López Obrador para presionar al gobierno de la presidenta para que no se desvíe de la agenda prefijada por el caudillo de Macuspana.

Los agravios empiezan a evidenciarse, así como las diferencias de visión política.

Seguramente las nuevas realidades no se impondrán por voluntad propia de nuestra presidenta ni de sus colaboradores leales, sino por la presión de las circunstancias, pues los “obradoristas” en su ceguera, -derivada de su soberbia-, no han percibido que el mundo cambió a partir de la llegada al poder de un equipo rudo que acompaña al presidente Trump, que tampoco se ciñe a protocolos diplomáticos ni a las reglas tradicionales.

Además, el país que recibió López Obrador en 2018 no es el mismo que le tocó a la presidenta Sheinbaum en 2024.

López Obrador recibió un país con finanzas muy sanas, vigoroso y productivo y después de dilapidar la riqueza dejó un país con finanzas vulnerables, que es el que recibió la presidenta Sheinbaum.

En 2018 había violencia, pero no como la de hoy. Seis años después la presidenta Sheinbaum recibió un país donde hay poblados que son bombardeados por drones para que sus pobladores huyan para salvar su vida y otros que han sido sembrados con minas como las que se utilizan en conflictos militares entre países enemigos.

En 2018 había un país blindado por el estado de derecho que proyectaba hacia el exterior confianza y certidumbre hacia los inversionistas. Con las mejores valuaciones las empresas calificadoras de riesgos financieros nos premiaban, mientras que nuestra presidenta recibió un país con la confianza en declive.

Es más, no es el mismo Donald Trump el que le tocó al presidente López Obrador, que el actual, con quien negocia la presidenta Sheinbaum.

“Yo soy… yo y mi circunstancia” decía el filósofo español José Ortega y Gasset en 1914 y ello es un hecho incuestionable.

La presidenta Sheinbaum tendrá que lidiar con las circunstancias que le está tocando vivir y asumir las responsabilidades y consecuencias de sus propias decisiones.

Lejos quedaron los tiempos en que el presidente López Obrador se enemistó con el secretario de estado de Estados Unidos de Norteamérica, -Antony Blinken-, quien con paciencia lidió con las impertinencias que surgían desde las “mañaneras”. Hoy el actual secretario de estado, -Marco Rubio-, no está disponible para jueguitos retóricos y amenazas de ser exhibido ante el presidente norteamericano, -su jefe-, como las que toleró su antecesor Blinken.

La ignorancia jurídica respecto de los compromisos internacionales que caracterizó al gobierno de López Obrador no opera ya en este gobierno.

La formación académica de la presidenta, -con mayor nivel-, es parte de la circunstancia de ella.

Es previsible que aumente la tensión entre los obradoristas de “hueso colorado”.

El estado de salud de la conciencia moral y ética de cada uno de ellos, -y los temores de tener que responder ante la justicia norteamericana si hubiera cuentas pendientes con la ley en ese país-, hará que ese grupito intente sabotear cualquier iniciativa de colaboración y negociación entre el equipo de la presidenta Sheinbaum y los representantes del gobierno norteamericano, bajo el argumento totalmente legítimo de la defensa de nuestra soberanía.

Sin embargo, el cómo se defiende la soberanía, -y con qué herramientas-, establece la diferencia.

Derivado del nuevo contexto podríamos prever una escisión en la 4T, que se polarizará entre “rudos” y “técnicos”. Los primeros cerrándose en un discurso patriotero y en chantajes y los segundos defendiendo nuestra soberanía con argumentos jurídicos validados según el derecho internacional.

En fin, no será una ruptura intencional sino motivada por las circunstancias. Es más, será una ruptura tersa y negada, -no una ni tres veces-, sino hasta el infinito cuanto sea necesario. Estará motivada por factores externos impulsados por la globalización, ese fenómeno que López Obrador siempre se negó a ver y menos aún reconocer, pero que llegó para quedarse.

La economía de México está estrechamente intervinculada con la de los otros países miembros del G20, del que forma parte el nuestro, y ello es parte del contexto.

También es imposible sustraerse a los compromisos jurídicos firmados anteriormente por el Estado Mexicano con las organizaciones globales, -como por ejemplo la ONU-, sin llegar a pagar consecuencias.

A quienes amamos a México aún nos queda un destello de esperanza de que la razón poco a poco se imponga bajo el peso de la inexorable crudeza que tiene la realidad cotidiana.

La esperanza es ese hermoso concepto que promovió López Obrador mientras fue oposición, pero que olvidó y traicionó apenas tuvo el poder.

No perdamos la esperanza y desde la sociedad empecemos a actuar como si la realidad ya hubiese empezado a acomodar sus fichas del modo correcto.

¿A usted qué le parece?

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Fotografía del perfil de R. Homs: es de David Ross

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